Alfonso Ussía

Sobrinas de riesgo

Las sobrinas políticas del Coletas y de Monedero, es decir, las encantadoras hijas del difunto Hugo Chávez, le cuestan al tiritado contribuyente venezolano 730.854 euros por cada día, o lo que es igual, 266 millones de euros cada año. Y hay gente, intolerable y cavernícola, que lo critica. Podrían gastar mucho más, y no lo hacen. Para mí, que se han propuesto no pasar de ahí, gesto y detalle dignos de gratitud. Su protector, el eximio profesor Nicolás Maduro, Presidente de la República Bolivariana y Socialista de Venezuela, les ha ofrecido un aumento presupuestario, pero las sobrinas de riesgo de nuestros dirigentes estalinistas se han negado en rotundo a percibir más ventajas del Estado. Si no tienen para renovar vestidos y zapatos, lo dejan para el año siguiente, y no por ello pierden la sonrisa y la alegría de vivir.

La eterna intolerancia de la Derecha. Las hijas de Chávez viven en la Casona presidencial con todos los gastos pagados. Si desean viajar lo hacen gratis total, como Maleni, y son humanas. Necesitan comer todos los días, y para aliviar esa necesidad, Maduro les ha designado cuatro cocineros y más camareros con carácter exclusivo. De lujos nada. Primeras necesidades. Sólo un detalle que merece, más que una crítica adversa, un leve tironcillo de orejas. A las sobrinas de riesgo del Coletas y Monedero les encanta y divierte jugar a los bolos americanos. Pero no les satisface que los venezolanos con similar afición compartan local con ellas. Para tal fin, el Presidente Compañero Maduro les ha construído en La Casona una elegante y moderna instalación bolística para que las niñas, que ya no son tan niñas, puedan disfrutar de su deporte favorito en soledad o en compañía elegida, sin curiosos ni mirones a su alrededor. ¿Se puede considerar un abuso? En mi humilde opinión, no. Quizá un capricho, pero no un abuso. Es costumbre muy habitual en los hogares venezolanos disponer de una sala de bolos. Me asombró en mi primer viaje a tan precioso país. En todas las casas en las que fui recibido, había una cancha de bolos. Y las hijas del fallecido y llorado comandante no pueden tener menos derechos que el resto de los venezolanos.

Resulta insoportablemente demagógico hacer hincapié en la ruina y la pavorosa situación económica que ha coincidido con el régimen revolucionario, y protestar por los presupuestos destinados a mantener dignamente a las hijas del glorioso caudillo difunto. Si las mujeres venezolanas no pueden en la actualidad viajar a Europa para comprar trapitos, que se fastidien. Sencillamente, y aunque suene crudo, que se fastidien. Pero ese fastidio no es una obligación ciudadana, sino un inconveniente coyuntural. Las hijas del timonel finado de la Revolución, haciendo un gran esfuerzo de ahorro, y en el caso de que algún dinerillo les reste en la hucha, están sobradamente autorizadas a viajar a Roma para adquirir sus zapatos, a Londres por gabardinas, a París por modestos vestidos –Dior está en rebajas de invierno–, y a Madrid con el fin, honesto y pudoroso, de hacerse con el último grito de bragas «Evasión», que son unas braguitas que no llegan a tangas pero se parecen bastante. Los tangas están mal vistos por la Revolución Bolivariana porque excita en demasía a los ardientes varones venezolanos.

Esos doscientos sesenta y seis millones de euros no arreglarían nada el humilde pasar de la mayoría de las familias venezolanas. Repartidos entre todos, le quedaría a cada ciudadano un poco más de un euro y cincuenta céntimos. No tiene sentido, lógica ni perdón exigir a esas pobres niñas que reduzcan su nivel de vida. Quien lo haga, demuestra un nivel de ingratitud rayano con el delito. El esplendoroso caudillo interfecto puede sentirse feliz, allá donde se halle, de lo muy bien que cuida su sucesor, el Compañero Maduro, a sus princesitas. Más aún, cuando en España ha surgido un movimiento ideológico que entiende a la perfección esa situación, que no es de privilegio, sino de estricta justicia.

Me permito, no obstante, solicitar al Presidente Maduro con la autorización del Coletas y Monedero, que proceda al redondeo. España es una nación muy aficionada a redondear cifras, y en ocasiones, con resultados calumniosos. Por ejemplo, se dice que los Pujol se han podido llevar tres mil millones de euros, y se dice con toda naturalidad y frescura, cuando es probable que su fortuna no supere los dos mil ochocientos trece millones. Aquí redondeamos todo. Y de ahí mi solicitud. ¿Que le importa a Maduro y a la Revolución Socialista Bolivariana redondear la ayuda a las niñas y entregarles trescientos millones de euros en lugar de doscientos sesenta y seis? Podemos.