Julián Cabrera

Sol Évole, Ícaro Albert

La Razón
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En sus tiempos de juventud estudiantil Albert Rivera ya se proclamó campeón nacional en aquello que se conocía como la liga de debate universitario. El líder de Ciudadanos apuntaba maneras y el recuerdo del logro volvía a hacerse presente hace una semana con ese ¿cara a cara? frente a un Pablo Iglesias dicen que en horas bajas.

La línea editorial de La Sexta se puede compartir o no, pero lo absolutamente innegable es que se ha convertido en auténtico referente informativo y en alambique que destila creación de opinión, agitación de conciencias y eso que se conoce por «remover el agua a las aceitunas». Pero el mérito en este caso de Évole y un programa para enmarcar, no tiene por qué corresponderse necesariamente con el mérito de Rivera o de Iglesias. Seamos claros, un debate es un debate que dura una hora o dos a lo sumo, supone un salto en el aire y sin red para los contendientes –el mundo de los años sesenta puede que cambiara a propósito de una inoportuna gota de sudor de Richard Nixon– y todos los detalles –todos– quedan al albur del directo. «Podíamos haber destrozado a cualquiera de los dos», dijo el ¿moderador? Évole tras varias horas de grabación.

Viene esto a colación del que muchos llaman «efecto Rivera», ante el que tal vez haya que musitar un al menos tímido «no empuje». El líder de Ciudadanos se movió como pez en el agua en la pasada campaña catalana, pero la de las municipales y autonómicas se le acabó haciendo más que larga y consiguientemente trufada de ocurrencias como aquella de fiar el futuro político del país solo a quienes «hubieran nacido después de la transición».

Es cierto también que en la pasada fiesta nacional la legión, la cabra y la bandera quedaron nubladas ante la auténtica «prima donna» en que se convirtió el líder de Ciudadanos, pero incluso en ese contexto no pudo ocultar una perdonable ausencia de horas de vuelo con un inusual directo televisivo a las puertas del Palacio Real y hasta un puede que excesivo apartado con los Monarcas que no gustaba nada, por cierto, al socialista Sánchez ante los fríos sudores del personal de Casa Real. Ícaro –ya saben– quiso volar tan alto y rápido que el sol acabó derritiéndole las alas de cera.

Rivera está demostrando un sublime manejo de la estrategia y sabe decir lo adecuado en el momento justo, bien sea posicionándose frente al concierto en el País Vasco, bien desarmando la ocurrencia del programa socialista a propósito de la asignatura de religión o hasta volviendo en su favor aquello del «naranjito», pero cuando debata «de verdad» con ese señor de Pontevedra de párpados indisciplinados y al que tanto odia la cámara tendrá que tener bien aprendido, por ejemplo, que la no condonación de la deuda bancaria a los partidos ya está regulada por una ley aprobada, por cierto, en esta legislatura. De modo que a debatir, pero a «porta gayola» y asumiendo que la gotita de sudor se la puede jugar a cualquiera.