Feria de Albacete

Sol y sombra

La Razón
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Mientras Vds están a la sopa boba y al penúltimo fin de semana en el que se puede tomar el sol en la parcela, yo estaré en la Feria de Albacete, de interés turístico internacional, por si no lo sabían. He mirado los carteles taurinos de mi pueblo como miran las vacas a los trenes y he visto, oh my God, que tampoco este año vamos a contar con el milagro, la aparición mariana de José Tomás en la bellísima localidad manchega. Hace unos años estuvo ese trampantojo en Albacete y entonces, cuando aún acudía servidora a la fiesta nacional, pude asistir a otra ceremonia de la Iglesia Neotomista de los Últimos Días. Ojo, no confundir con los Tomistas. Los segundos acuden a las plazas desde siempre para ver torear a José Tomás; los primeros se prodigan en los tendidos para intentar presumir de haber visto un triunfo no televisado y el deseo oculto de contar por los bares que ellos estuvieron allí el día en que José Tomás fué lanzado al aire por un toro colorao. En cualquier caso, con forasteros o no, las plazas de toros siguen siendo un reflejo casi exacto del sitio en el que vivimos, un microcosmos. En los tendidos bajos de sombra alternan las autoridades merendando ibéricos tras el tercer toro; más arriba cuchichean las clases acomodadas, en privado y sin dar grandes voces para no traicionar su vocación de querer codearse con las contrabarreras. Según se sube hacia las andanadas y se gira hacia los tendidos de sol, el panorama va cambiando hasta llegar a las ruidosas zonas donde se agolpan los que más ganas de juerga y menos ganas de figurar tienen; algo así como lo que pasa en la calle, en la playa y hasta en el Congreso, esa cosa deforme que ahora asiste a una faena interminable con varios avisos. Otra metáfora de este país en el que conviven infraestructuras del primer mundo y modales del tercero. O mejor dicho, modales del primero.