Pedro Narváez

Soraya no eres tú

Hay diputados que conseguirían más resultados en un reality, no digo en «Gandia Shore» porque avergonzarían a sus hijos, basta con «La isla de los famosos». Tendrían más público con el que alimentar al insaciable monstruo del ego, lograrían adelgazar, alcanzar la transparencia, como las modelos de París, de la que algunas no regresan, y les pedirían autógrafos en el culo como las fans de Justin Bieber. El Congreso se llena de actores secundarios en un casting de «Gran Hermano». Hay grandes películas con pésimos actores como protagonistas –he ahí a Víctor Mature, el hombre circunspecto que igual llevaba la túnica sagrada que una pistola–, pero por lo común si el elenco no funciona el filme se derrumba hasta las estanterías de la serie B, que es la letra maldita. Si Moody's tuviera que puntuar el riesgo de sus señorías, el de Joan Tardà y Soraya Rodríguez habrían quedado esta semana al borde del bono basura. El primero por espetar que habrá muertos en Cataluña por culpa de los españoles y por esconder la bandera de todos mientras le hacían una entrevista para la televisión en el Congreso, que es como si un alquilado escondiera a los dueños de la casa cuando hay visita: sólo se explica en el sentimentalismo arcaico de los republicanos, inventores de la máquina del tiempo para matar al Cid. La segunda diríase que es una profesora de literatura, antaño absorta en cien poemas de amor y una canción desesperada y ahora devuelta a las barricadas del desengaño. La diputada Rodríguez se aferra con la intensidad de la ilusión de un náufrago al tono bronco y destemplado. Prueben a bajar el volumen de la televisión y miren cuánta crispación, el gesto hosco, la palabra expulsada al abismo como una catarata. Si recobramos la voz, el discurso cambia; a veces Wert, luego Bárcenas, en ocasiones los recortes. Qué más da. Si el mundo se congelara, algún día encontrarían un fósil con su expresión de horror. Como la estatua de la libertad en «El planeta de los simios». El signo de un tiempo.