Toni Bolaño
Su Cataluña no es la mía
Artur Mas ha cogido las riendas de la negociación para conseguir un acuerdo sobre una pregunta para una consulta que no se va a hacer. Anuncian un fin de año de vértigo, de reuniones y más reuniones, de tiras y aflojas para conseguir el consenso necesario. No tengo ni idea si este acuerdo se conseguirá. Lo que sí han conseguido Mas y el independentismo es partir en dos una sociedad malherida por la crisis. Y lo que es peor, han dado pábulo a una panda de zafios que se creen en la posesión de la verdad eterna. Se creen en posesión de una patente de corso por la que pueden decidir quiénes son catalanes, buenos catalanes se entiende, quiénes quieren a Cataluña y quiénes son seres despreciables para su estrecho margen mental.
Iba a un almuerzo de trabajo con un amigo mío, Juan López Alegre. Comentábamos el tema que nos ocupaba mientras nos dirigíamos al punto de encuentro en el que nos esperaba nuestro «partenaire». Sin mediar palabra, uno de estos iluminados se acerca a nosotros con una educación que dista bastante de las mínimas normas de convivencia. «Tú eres de derechas –dice dirigiéndose a Juan– pero tú eres un fascista porque no quieres a Cataluña –ese piropo iba dirigido a mí–. Eres un indeseable porque te ríes de Cataluña».
Como toda carta de presentación, el fulano en cuestión repetía como si fuera un mantra «soy médico, soy jefe del servicio de ginecología del hospital». No dijo cuál, pero insistió en su cargo como si el hecho de ser médico le diera una pátina de credibilidad a toda prueba. De razón. No contento con su patochada siguió encarándose con nosotros erguido sobre su pedestal de patriota que se enfrentaba con ardor guerrero contra los «botiflers» que no reconocen la superioridad de quienes tienen la razón porque aman a Cataluña. Esto ha conseguido el presidente de la Generalitat. Que personajillos de catadura moral cuestionable se crean con la potestad para llamar fascistas a aquellos que no piensan como ellos. Son los que izan la bandera de la democracia para imponerla a los demás aunque «dime de lo que presumes y te diré de lo que careces». Son los que se creen con derecho de insultar a aquellos que no comulgan con las ruedas de molino de la independencia y que entienden que la soberanía nacional se puede construir sobre el bienestar de las personas y no sobre la tumba de «Wifredo el Belloso». Pues mire, señor Ignasi –es un decir–, querer a Cataluña no significa estar todo el día envuelto en la «senyera», o en la estelada. Su Cataluña no es la mía, y no por eso le llamo fascista. Aunque su tolerancia se parece más a eso.
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