José Jiménez Lozano

Sueños y pesadillas

Cuando Baltasar Gracián estaba desterrado en Tarazona, se maravillaba de las manifestaciones de algunos ciudadanos que esperaban e invocaban la vuelta de Fernando el Católico, muerto ya hacía bastantes años, pero que volvería para remediar el malgobierno del país; y más de doscientos años más tarde, George Borrow se encontró en tierras de León a unos clérigos de paseo por una carretera, por la que se suponía que vendría don Carlos, el Pretendiente, que ciertamente estaba vivo, aunque su llegada triunfante resultaba problemática. Se ponían la mano sobre los ojos haciendo visera para agudizar la mirada, y así llevaban días y meses, y años, y continuarían tal paseo de esperanza mesiánica hasta que llegase el nuevo mundo. Y todavía, echando otros ciento cincuenta años después, en fin, tras la muerte del General Franco, la policía de una pequeña ciudad española, que vigilaba las un poco ruidosas nostalgias de partidarios de aquél, se apostó un día convenientemente para ver y oír lo que ocurría en sus misteriosas citas; y así descubrió que aquellas gentes se ocupaban en aquel recinto de ponerse en comunicación espiritual y medio-espiritista con el difunto general, que aunque en principio estuvo muy reacio a tales contactos, al final dio una respuesta contundente, afirmando que el Gobierno del señor González Márquez lo estaba haciendo estupendamente, y no había que dar más matraca.

Pero el hecho a destacar en todo esto es que una porción de España siempre esté nostálgica de algo o buscando constantemente «Las Siete Ciudades de Cíbola» con los tejados de oro, que naturalmente nunca existieron y el oro era, solamente el efecto de los rayos del sol deslizándose sobre la paja seca. Pero es que, en nuestro país, el tiempo transcurre pero siempre hay gentes que no cambian y siguen pensando que «Las Siete Ciudades de Cíbola» aunque nunca existieran puede hacerse que existan, o se les asegura que ya se han fabricado algunas.

Lógico es, entonces, que se desee contribuir a levantarlas, y esto no solamente por parte de lo que en USA llaman el «fool people» o gentes que sueñan y deliran, sino también –y aquí está lo trágico– entre gentes a las que no se ha dejado ninguna esperanza para sus vidas sino un sueño y entonces piden lo que le corresponde en justicia, y se suben al barco que cree que les va a llevar al cumplimiento de esa esperanza. Y, así, todo el siglo XIX, desde luego se ha esperado, si no a Fernando el Católico, sí a los Reyes Magos bajo imágenes como «La gresca», «El Reparto», «la Señá democracia» y «la Señá República», o la quema de iglesias y conventos, a cuya llama se calentaría el puchero; aunque ninguna de esos esperados Reyes Magos, cuando llegaron, trajo nada para el puchero de las gentes.

Y tampoco en estos años pasados, porque, cuando hemos creído que habían llegado otros Reyes Magos, con el maná y las subvenciones, hemos comprobado que sólo han producido pesadillas de más dinero y «de aire acondicionado», como decía Henry Miller. Y el Imperio Global resultó un calco perfecto de la globalización imperial de los camaradas, hasta en lo de la «nomenklatura», «intelligentsia» o «vanguardia» depositaria del sentido de la historia, y el mero nominalismo de la libertad. Y ahí hemos tenido a los «digerati» de los dineros y las tecnologías; y, a seguido, necesariamente, otra vez la nostalgia de las nuevas «Siete o siete mil ciudades de Cíbola» con los techos, el piso y las paredes de oro, y todo gratis. Son sueños que fascinan siempre.

Aunque el hecho es que hasta las invocaciones de la justicia –si es que no hemos olvidado ya lo que es justo o injusto– se incluyen como realidades en las proyecciones virtuales de la aldea global, o de las aldeas pintadas de Grégori Potemkin, donde se nos afirma que pueden vivirse la igualdad, la libertad y la fraternidad, y cualquiera otra cosa que se nos antoje, y así no quedamos al margen del «progreso-progresado».