Miquel Iceta
Susana Díaz declara la guerra a Pablo Iglesias
Susana Díaz se enfrenta a meses decisivos, en los que buscará la forma de poner los cimientos para la reconstrucción del PSOE. Demasiados ojos se posan ya sobre ella como para no dar un paso al frente. Lo deberá hacer con un calendario complicado, pero además con el fantasma de una fractura interna como espada de Damocles apuntando a su nuca. En un estado de soterrada irritación, la lideresa socialista ha aceptado remangarse, poner el codo en la mesa y librar el pulso con quien tenga que jugársela. De hecho, como si el Comité Federal hubiera ejercido en ella de complejo vitamínico, fue allí, a puerta cerrada, cuando la presidenta de la Junta de Andalucía quiso empezar a reanimar a los suyos. Y lo hizo enterrando cualquier posibilidad de entendimiento con Podemos. Incluso pisó con firmeza para ensanchar la tierra que debe poner el socialismo sobre los «antisistema».
Una de las cosas que más se censura a Pedro Sánchez es que «podemizó» el PSOE y confundió al electorado defendiendo un pacto con Pablo Iglesias que les situaba de igual a igual. En estos momentos de confusión, Díaz ha buscado contraponer su estrategia a la de Sánchez, aunque sin mencionarle, advirtiendo contra los intentos de hacer creer a los socialistas que nunca van a ser nada sin el concurso de la formación morada. Consciente de la gran expectación interna que tendrían sus palabras en el Comité Federal, lanzó allí toda la artillería pesada que previamente había acordado con su equipo: renegó de militar en «una Izquierda Unida grande»: «Que nadie haga con mi partido lo que han hecho con otros», rechazó, indignándose contra sus «compañeros» dispuestos a «entregar el fusil» ante «aquellos que nos están acosando». Toda una declaración de guerra a Podemos.
A Susana Díaz se le revuelve todo su ser político viendo los intentos de Iglesias de secuestrar la voluntad del PSOE con su presión sobre Emiliano García-Page (Castilla-La Mancha), Javier Lambán (Aragón) –el que más riesgo corre– o Ximo Puig (Comunidad Valenciana): barones socialistas que permanecieron callados en el cónclave, a pesar de votar abstención en el seno del máximo órgano entre congresos, por la amenaza de Podemos de retirarles el apoyo parlamentario en sus respectivas comunidades autónomas. Díaz ni perdona ni olvida lo que considera en privado una «indecencia». Y «despotrica» cada vez que se le menciona al líder morado durante sus contactos con dirigentes de aquí y de allá. Iglesias le produce casi tanta inquina, por cierto, como Miquel Iceta y la deriva a la que ha conducido el PSC, diluido en el nacionalismo, haciendo descarrilar las perspectivas electorales de la socialdemocracia en el resto de España.
Desde su entorno se asegura que Díaz tiene en su agenda presentarse con un nuevo liderazgo fuerte y creíble, que recupere la posición histórica del PSOE. En sus visitas «clandestinas» a Madrid, cada vez más frecuentes, apela a la herencia emocional del PSOE ganador, capaz de unificar a toda la izquierda y limitar la competencia a la mínima expresión: la del Felipe González del 82 e incluso la del José Luis Rodríguez Zapatero de 2004 y 2008. También es consciente de la dificultad de ejecutar esa ofensiva contra Podemos sin esos barones «silenciosos» que sin embargo la ayudaron a cerrar el paso a Pedro Sánchez. Ahora bien, en ningún caso le sirven si están amedrentados. La situación del socialismo es frágil y quebradiza, claro. Tanto, que cualquier temblor provoca un terremoto. De momento, Díaz lo que tiene bien asumido, por más lucha interna que haya (que la habrá), es que su asalto a Ferraz, tras tres amagos de dar el paso a la política nacional, ya no tiene vuelta atrás.
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