Julián Redondo
Taimados
«No piense mal de mí, señorita. Mi interés por usted es puramente sexual». Explícito Groucho Marx. Sin bellaquerías ni segundas intenciones. Directo, sin rodeos, justo lo que la FIFA y la UEFA esconden detrás de una nube de floretes e interminables noches de cuchillos largos. Unos contra otros, todos contra todos, cianuro en los anillos, sospechas generalizadas, acusaciones con el poder expansivo del ventilador sobre la mierda para preservar el poder y el dinero. La ley de la selva en los cenáculos balompédicos, donde se cuecen las sanciones por faltar al «fair play». Donde el cabezazo de Zidane tiene más recorrido que el pecho de Materazzi y el mordisco de Luis Suárez deja huella en el hombro de Chiellini y en las posaderas de Blatter. Hedor de alcantarilla. Por todo ello, parece imposible que Ángel María Villar salga indemne del cruce de denuncias entre quienes cortan el bacalao en el fútbol: la FIFA y la UEFA.
Villar ha procurado llevarse bien con tirios y troyanos. No ocultó su apoyo a Blatter en las elecciones, ni a Platini. Pero no es sencillo mantener la equidistancia ni el equilibrio en una alberca dominada por caimanes. Blatter está contra Platini y Johansson, que perdió el trono con el francés, sugiere que su sucesor ha recibido un soborno de 1,8 millones de euros. La especie ha calado en el Comité Ejecutivo que hoy se reúne en Nyon para decidir si apoya al presi. Hay grietas. Al danés Allan Hansen le escama el cobro. En esta tesitura, Villar permanece al acecho y sopesa cuatro escenarios: que los «uefos» mantengan el apoyo al jefe, que le nombren a él presidente, que acepte o que renuncie. Su objetivo primordial es perpetuarse en la RFEF.
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