Pedro Narváez
También podemos mentir
Todos los trileros tienen una feria en la que actuar, un maldito barracón en el que encandilar a la gente para al final hurtar la ilusión de haber ganado a la suerte. Antes pululaban por el Rastro cuando la lengua ya digería dos o tres madrugadas, ahora deambulan en los mítines, en las tertulias y en las portadas de los periódicos. Qué cruz. Monedero es el último saltimbanqui de la escuela. El partido que se hace llamar «el de la gente» tiene cada vez más afán de onanismo con lo que la orgía prometida, todos a una, acabará en un gatillazo sin estilo como los que padecía el tío Junior en «Los Soprano», por poner un ejemplo anterior y más elegante que «Juego de Tronos». Los amigos de Pablo Iglesias no contaban con que la ola siempre devuelve al mar lo que es de la tierra, así que el tsunami Podemos lleva camino de ser una tormenta en un barreño, una imitación de la vida, porque las mentiras los devuelve a la realidad humana. Tiran piedras sin confesarse de estar libres de pecado, nos ponen deberes de ejemplaridad sin aprobar en la universidad, hablan de magnicidio fiscal mientras al parecer nos roban lo que pertenece al fisco. Hacienda somos todos, argumentaba el juez Castro entre los aplausos por apuntar a testas reales. Para todos menos para Monedero. Importa un pimiento que el líder populista se vista en las rebajas de Alcampo. Como si va desnudo. A mí qué. Pero sí interesa saber de dónde viene el dinero con el que comprar la pértiga del asalto. ¿O es que la supuesta «mordida» está bendecida si viene de los compañeros bolivarianos y no de señores con traje? Explíquense antes de dar otra vuelta de tuerca. O callen para siempre.
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