Toros

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Tarde de toros

La Razón
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No es narcisismo de sevillano mirando a su ciudad, de la que en la mayoría de los casos está irremediablemente enamorado. Es una realidad. Había estado el viernes en pleno diluvio y con el barrizal –eso sí, de albero– en los arroces de Carlos Herrera, que como todos saben hace en su casa y posteriormente manda a sus amigos, que se reúnen en una caseta esperando el maná prometido. Es casi un dogma de fe que Herrera no pisa la Feria. Posteriormente, Miguel y Rosa Gallego te recibían con sus guisos y sus sevillanas, que convirtieron la tarde en un gran día de Feria. El lunes a las diez ya tenia mi coche en el Alfonso XIII. Algunos saludos y ese paseo que me encanta: cruzar el Guadalquivir y calle Asunción hasta la portada. El sol y la luz eran las que siempre se desean para un gran día de Feria. La primera sorpresa es que a las 12, la Feria ya estaba con mucha gente. Normalmente a esa hora solo suelen habitar ese mundo de casetas los encargados de la limpieza, y en las casetas, los camareros montando todo para cuando llegue el aluvión. Bueno, y gente como yo que va a colaborar en un programa de Onda Cero. A las dos, y después del espléndido aperitivo que te ofrecen en «El Machacante», caseta de las de toda la vida y con muchos premios, junto a María Rosa, la gran bailarina sevillana y su hermano Pepe Orad, hago un recorrido para reponer fuerzas y salgo pronto, porque era mi tarde de toros de farolillos. Primera sorpresa andando a las cinco de la tarde por la calle Santander. Me aparto un poco para dejar pasar a un joven que venía a plena carrera. Al llegar a mi altura me saluda. Era el mismísimo Cayetano, que en 90 minutos tenía que hacer el paseíllo en el coso del Baratillo. Siguió su carrera. Lo que decía, llegar pronto al Paseo de Colón, ver ese desfile de coches de caballos y el ambiente alrededor de la Maestranza es ya un gran regalo. La corrida tuvo emoción, momentos estupendos de El Juli, pasión, valor sin límites y torería de la buena por parte de Cayetano. El público despidió con cariño a Francisco Rivera. Quizás fue benévolo con la oreja, pero los sentimientos cuentan y es un detalle de señorío que un torero que siempre se ha considerado sevillano, con más de 20 años de matador, sea despedido con dignidad. Lo dicho, qué bella tarde de toros, que duró desde el famoso cinco de la tarde hasta cerca de las diez de la noche.