M. Hernández Sánchez-Barba

Tarteso

La Razón
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El notable historiador del mundo antiguo Gustave Glotz, enamorado del Mediterráneo, afirmó que es «el más bello de todos los mares, que además se ha revelado en la Historia como el más útil y bienhechor». En su cuenca oriental, el Egeo es la cuna fastuosa de las primeras civilizaciones prehelénicas, que emergen de la mitología cuando de la lectura de los relatos literarios hombres como el alemán Heinrich Schliemann invierten sus propios caudales y siguiendo el relato de Homero descubre la Troya de Príamo, la Micenas de Agamenón y la ciclópea cuidad de Tirinto; o el inglés Evans, en Creta, el palacio de Cnosos.

Schliemann fue el primero en identificar Hisarlik como lugar exacto de Troya, basándose solamente en las indicaciones geográficas proporcionadas por la «Iliada». Homero dice en su obra que en Troya había dos fuentes, una de agua fría y otra de agua caliente, ninguna de las cuales se encontró en Hisarlik. Pero Schliemann solucionó la dificultad dando por supuesto que, sin duda, los cursos subterráneos de agua habrían cambiado por efecto de los terremotos; más, para qué necesitaba fuentes cuando en Bunarbashi encontró treinta y cuatro, todas de la misma temperatura y en su alumbramiento acuífero encontró un tesoro de piezas de oro que creyó ser de Helena de Troya. Schliemann nunca pudo saber, claro está, que el tesoro de Helena de Troya fue robado del Museo de Berlín en la Segunda Guerra Mundial y desaparecido, acaso fundido por algún soldado. Según J. J. Norwich, los rusos anunciaron que estaba a salvo aunque sin especificar dónde.

El Egeo es un sector marítimo de relaciones históricas entre civilizaciones, creadoras de importantes imperios talasocráticos, es decir, imperios marítimos: en torno a 1700 (a.C) la civilización creto-micénica dio origen entre 1400-1200 a la hegemonía de Micenas y, tras la disputa entre egipcios y aqueos indoeuropeos, la civilización de los fenicios, llamados «rojos», quizá por su procedencia aledaña del Mar Rojo. Son navegantes y mercaderes que en el primer milenio (a.C) y durante siete siglos, tras la creación de las ciudades del Mediterráneo oriental (Tiro, Biblos, etc.), llegaron hasta el extremo occidental del Mediterráneo dando origen a los primeros contactos y fundaciones costeras de factorías y ciudades que han sido estudiados en la interesante y bien construida historia antigua de la península ibérica bajo la dirección del catedrático Jaime Alvar Ezquerra.

Me refiero de modo particular al libro publicado con la pulcritud, elegancia acostumbrada por la editorial Trébede, que con gran inteligencia y eficacia dirige Carlos Comas, con el título de «Tarteso. Viaje a los confines del mundo antiguo». El autor, Sebastián Celestino Pérez, es doctor en Filosofía y Letras por la Universidad Autónoma de Madrid; actualmente, investigador científico del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, director del Instituto de Arqueología-Mérida e importante investigador de la cultura tartesia en España.

La condición investigadora neta de Sebastián Celestino Pérez precisó del estímulo universitario del editor para escribir un libro capaz de transmitir a un público amplio un tema de gran importancia, de base arqueológica, desde luego, pero a enorme distancia de las preocupaciones que pueden considerarse próximas para el lector medio de temas histórico-culturales. Por añadidura, se encuentra envuelto en multitud de interpretaciones en gran medida legendarias. Divulgar la historia no es nada fácil, sobre todo, sin dejar de mantener un alto nivel científico en la exposición. Tarteso es una región cultural relacionada directamente con el Oriente mediterráneo, constituida en el suroeste de la península ibérica por una decisiva ruta comercial, importante ante todo por su riqueza en metales, cuanto por su privilegiada situación estratégica; es, por otra parte, un mundo de comunicaciones con el interior de la península, fundado hacia los comienzos del siglo IX, poco después que Gádir (Cádiz) por los comerciantes fenicios. Con los intercambios comerciales los indígenas aumentaron su formación tecnológica. El éxito de la colonización fenicia dio pie a los griegos para establecer nuevas factorías y colonias en las costas peninsulares.

«Tarteso» es una obra de extraordinaria importancia, que cumple los fines del editor Comas. Escrita por un gran investigador, constituye un exhaustivo análisis de historia estructural que analiza con pulcritud intelectual lo que el autor transmite al lector que desea conocer las líneas del saber sin excesivas erudiciones, pero con suficiente autoridad para comprender las remotas etapas originarias de la historia de España.