Alfonso Ussía

Tedio

La Razón
La RazónLa Razón

Me domina el tedio, y lo que es peor, la indiferencia. Me han vencido. Aburrimiento y desgana. Alguien escribió que no había nada más aburrido en el mundo que asistir a una boda y bailar toda la noche con tu propia madre. O que asistir a un sorteo de lotería. O el Bolero de Ravel. Un día se me ocurrió escribir que la música de Falla era aburrida y casi me quitan el sombrero tirolés de un trompazo. Acostumbran a ser bastante tediosas las anécdotas contadas por los diplomáticos. Son interminables. No incluyo las comidas con los políticos porque no me siento en una mesa con ellos. Lo hago con mis amigos. Pero ha llegado el momento de reconocer que deseo asistir a un sorteo de la Lotería Nacional y aplaudir con entusiasmo en la final del campeonato nacional de Petanca para jubilados, si es que existe semejante tostón. Mi aburrimiento, mi resignación no viene de la inversión de unas horas en un rollo. Mi vencimiento es consecuencia de la resignación ante el poder, sea el político o el económico, que acostumbran a ir de la mano.

La ciudadanía, la gente, vive debajo de la gran plataforma. Y se dejan engañar por los habitantes poderosos que mueven los hilos de las vidas ajenas sobre ella. Se han perdido los ideales y las lealtades. La libertad está condicionada. Yo no escribo en mi periódico con la libertad de años atrás, porque no deseo disgustar a quienes se han portado muy bien conmigo. Pero ellos tampoco son los mismos que antaño. La desfiguración ética de la gran empresa nos ha convertido en títeres de quienes no tienen otro ideal que el negocio. El comunismo populista que ha crecido en España convirtiéndose en una amenaza real contra su unidad, su libertad y su progreso, se ha afirmado gracias al apoyo que ha recibido de poderosas empresas capitalistas y de los sectores económicos con una generosidad que supera cualquier cumbre de la imaginación. Las empresas que se dedican a fabricar zapatos tienen que vender zapatos para subsistir. Las que se dedican a la información están obligadas moralmente a mantener una línea consecuente con lo que dicen representar. Los viejos editores de prensa en España firmaban un contrato ético con sus lectores. Se sabía dónde estaba la derecha y dónde la izquierda, y sus redactores y columnistas no ignoraban para quiénes redactaban y escribían. Los grandes periódicos buscaban la información veraz, y adornaban la información con la libre opinión de sus colaboradores. Yo, en estos momentos, me reconozco muy despistado, y ciertamente molesto. Escribo en un periódico heroico que ha cumplido con creces su cometido y su compromiso con los lectores. Pero ese periódico está emparentado con una empresa sin alma. Y el gran empresario, lógicamente, no admite de buena gana la crítica a su gran negocio. El negocio capitalista que genera en la actualidad el populismo.

Se han abierto grietas. No conocemos los pactos y los compromisos. Nada sabemos de los ajustes que el poder político establece con el económico. Me gusta saber quién soy, hacia dónde voy y en dónde estoy. Hace unos años era capaz de responderme, pero ahora mismo no lo tengo claro. Soy un viejo escritor desengañado, ignoro hacia dónde me dirijo, y en mi casa son bien recibidos los enemigos naturales de quienes en mi casa habitan. Sonrisas, abrazos, buen ambiente y el gran negocio. He recibido mucho y he dado mucho,

Pero la lejanía con la ilusión me tiene desnortado. Y el tedio me domina. Puede tratarse de una tristeza propia de la primavera, pero mucho me temo que la melancolía es más profunda de lo que intuyo y siento.