Ángela Vallvey

Telaraña

Me siento desbordada por internet, por la abrumadora cantidad de información y de chorradas que me ofrece. Antaño una compraba dos o tres periódicos de signo político contrapuesto, los leía y hacía la media aritmética de lo leído (una cierta manera de acercarse a la verdad). O sea: confiaba en el criterio cualificado de unos señores que seleccionaban la crónica de la realidad diaria y la interpretaban. Los periódicos eran filtros que realizaban un trabajo que, hoy día, nadie hace en internet. Esa capacidad de convertir la edición digital de un noticiero en un rulo sin fin donde las noticias aparecen y se multiplican de «link» en «link» hasta el infinito, me inquieta, desborda y mutila mi capacidad de atención. Por si no tenía bastante lidiando con la idea de un universo «cerrado pero ilimitado», ahora intento aprehender la infinitud de internet. El resultado es que obtengo más frustración que información, más pesadumbre que formación y más estrés que interés. Leo los titulares de la prensa nacional e internacional y, sólo con eso, cuando acabo me siento exhausta y con ganas de apuntarme a esa colonia de terrícolas pioneros que van a inaugurar en Marte próximamente, porque allí seguro que no podría permitirme pagar el ADSL (sería igual de caro y aún más lento).

En China descubrí que la censura y el control funcionan perfectamente en internet: en territorio chino no se podía acceder a muchas páginas digitales pero, al cruzar la frontera a Hong Kong y a sólo cien metros de distancia, el ciberespacio se abría como una flor... Y ahora, con esto del espionaje cibernético, empiezo a hartarme y pienso que sería «cool» volver a la pluma y al papel. La www empieza a parecerme una conspiración planetaria para que perdamos la intimidad. Y, sobre todo, el tiempo.