Ángela Vallvey

Teléfono

Cuentan que la primera vez que un pigmeo, acostumbrado a la visión en las distancias cortas, se subió a una alta montaña, confundió una manada de elefantes con moscas. De la misma manera, la mayoría de nosotros, ciudadanos semilibres de un mundo globalizado y masificado en el que la información es tan abundante y abrumadora que cada vez resulta más difícil distinguir lo verdadero de lo falso, a veces somos incapaces de darnos cuenta de la magnitud de los problemas entre los que vivimos. Verbigracia, ha habido un «mini-escándalo» sobre los programas de espionaje de llamadas y comunicaciones en internet atribuidos al Gobierno de EE UU, pero Obama ha dicho que no se puede tener 100% privacidad y seguridad y el mundo ha respondido que amén. Si hubiese sido Bush, la bronca que se habría montado sería épica. Consuela pensar que el planeta entero es, en realidad, tan tontín como España. Aquí también se espía mucho. A mí, por ejemplo, me oyen hasta cuando hablo en sueños. Usted dirá: «¿Y quién eres tú para que te tengan intervenido el teléfono y el correo electrónico?». ¡Pues eso mismo me pregunto yo!, pero mire. Sé que me escuchan porque, no sólo ellos me oyen a mí: es que hasta yo los oigo a ellos. No sé quién puede perder su tiempo y sus recursos en oír las chorradas que digo por teléfono, de lo que no hay duda es de que violan mis derechos fundamentales. Aunque, ¡¿a quién le importan sus derechos elementales teniendo que pensar en pagar la hipoteca...?! De lo que no se enteran los que escuchan, sean quienes sean, es de que la costumbre de telefonear se está extinguiendo con rapidez. Hoy día, tan sólo los mangantes y los terroristas hablan un poquito por teléfono. Bueno, y también mi madre.