Catolicismo

Teresa

La Razón
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En el cielo se acumulan las Teresas; la primera fue la nuestra, la mística, la Teresa de Ávila; siglos después la religiosa francesa Teresa de Lisieux y desde ayer Santa Teresa de Calcuta la diminuta albanesa que se entregó en cuerpo y alma al servicio de los más pobres, de los que, como ha dicho el Papa en su homilía, «no tenían ni siquiera lágrimas para llorar su pobreza y su sufrimiento».

Fue una ceremonia hermosísima, bajo un sol radiante que dominó toda la Plaza de San Pedro donde se había agolpado una multitud heterogénea proveniente de países muy lejanos: la multiculturalidad de un cristianismo que tiene que olvidarse para siempre de ser un producto exclusivamente occidental, de sociedades opulentas.

Francisco está literalmente encantado de llevar a los altares en pleno Año Santo de la misericordia a quien «a lo largo de toda su existencia ha sido generosa dispensadora de la misericordia divina poniéndose a disposición de todos por medio de la acogida y defensa de la vida humana».

Durante siglos en la Iglesia declaró santos y santas por «aclamación» es decir por decisión del pueblo cristiano que sin procesos canónicos ni juicios de expertos proclamaba la santidad de algunas personas. Eso ya no es posible pero de lo que no me cabe la menor duda es que Madre Teresa ya fue proclamada santa por el pueblo de Dios mucho antes de que Juan Pablo II la declarase beata y de que ayer Francisco la canonizase.

No ha faltado quien se haya dedicado a sacar punta a algunos detalles de su vida , criticando que lo han definido un culto sádico de la pobreza. Eso es no entender nada de lo que fue el espíritu que animó a esta mujer que lo único que quiso vivir y proclamar es la cercanía de Dios hacia los más pobres entre los pobres, una misión que la llevó a vivir en las periferias de las ciudades ( la Calcuta más mísera) y en las periferias existenciales, las dos vidas de quienes ,como decimos en nuestra sabia lengua, tienen donde caerse muertos. Teresa es «su» santa, la santa de los pobres, la que –ha subrayado el Papa– «alzó su voz a los poderosos de la tierra para que reconociesen sus culpas ante los crímenes de la pobreza creada por ellos mismos».