Alfonso Ussía

Tetas

Tres feministas del movimiento «Femen» han enseñado sus tetas en el Congreso para reivindicar el aborto. Esa necesidad de enseñar los pechos responde, probablemente, a su incapacidad intelectual para exponer argumentos convincentes. Llamazares, como es habitual, ha aplaudido el numerito y ha justificado su apoyo a las exhibicionistas con la tópica murga de que la mujer tiene todo el derecho a disponer de su cuerpo. Estoy de acuerdo siempre que se reconozca que también tiene todo el derecho a disponer de su cuerpo y de su vida el ser humano que crece en sus entrañas. Un debate vital entre dos cuerpos. El de la mujer embarazada con libertad de decisión y el del niño sometido a la decisión de su madre. Un debate injusto y brutal en el que se agudiza la realidad de una injusticia clamorosa. Las tres de las tetas llevaban de lado a lado de su tórax un mensaje escrito que ocupaba la teta derecha, el canalillo y la teta izquierda: «El aborto es sagrado». ¿Sagrado? Tenía para mí que sagrados son la vida y el derecho a vivir, pero el feminismo radical es una religión laica, contradicción de principio, y sus tres religiosas nos han aportado una versión de lo sagrado sumamente interesante.

No creo que sea progresista, ni avanzado, ni plausible tener que enseñar las tetas para reivindicar las bondades del crimen organizado. El gran Ramón, Ramón Gómez de la Serna, en su libro «Senos» no incluye la existencia de las tetas reivindicativas, y tampoco lo hace Gerardo Blanco en su interesante estudio «El Seno de las Mujeres»(Felipe N. Curriols, Barcelona 1893), menos brillante que el habitual del «Café Pombo», pero muy afanoso recopilador de poemas mamarios del siglo XIX. Las tetas femeninas, además de una hermosura y un enigma aún no resuelto por los hombres, tienen un origen de utilidad. Alimentar a sus hijos recién nacidos. De ahí que no pueda ofender la opinión de que las chicas de «Femen» han errado en su exposición pectoral. Podrían haber enseñado otros puntos de su cuerpo, pero no las tetas, que son simultáneamente alimento y placer, y en consecuencia, vida. Para mí, que querían enseñar las tetas porque les apetecía mostrarlas, y han alcanzado su objetivo, nada difícil por cierto.

Después se enfadan las feministas si los hombres nos fijamos en los pormenores y calidades de sus pechos. Nos llaman machistas, retrógados y guarros. Reconozcan que su sistema reivindicativo ayuda a la recreación de la mirada masculina. No entra en mis cabales que tres varones acudan a la tribuna de invitados del Congreso durante un debate sobre los Presupuestos y al grito de «¡La fuchinga es sagrada!» se bajen los pantalones y calzoncillos y muestren a sus señorías sus respectivos pitos. Podría interesar a algunos, pero no resultaría convincente. Y no tendrían motivo de queja si algunas diputadas analizaran con especial interés sus formas y tamaños, que en ocasiones resultan claramente decepcionantes.

Esquinando la absurda manera de reivindicar el aborto libre de las tres exaltadas militantes de «Femen», mi conclusión no puede ser más amable y positiva. Dos de ellas son poseedoras de muy armónicos tetámenes, y la tercera, la rubia, las tiene algo resignadas y cariacontecidas. Tetas melancólicas, que también son atractivas, más no por ello manifiestamente mejorables mediante ejercicios diarios para el fortalecimiento preciso. Le recomiendo el remo. Y por mi parte, nada más, sinceramente.