Cristina López Schlichting

Tiempo de macarras

La Razón
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«Estamos hablando de cosas de usted y yo». La expresión de Pedro Sánchez acabó conmigo. «Yo» en lugar de «mí». Nos quejábamos de presidentes sin inglés y ahora los aspirantes no saben español. El debate fue el choque entre un hombre de análisis –que no supo exponerlos– y un macarra. Rajoy estaba noqueado, porque el mundo ha cambiado y esta campaña electoral es distinta. Desde la transición no se recuerdan debates tan encendidos, encuestas tan erráticas, partidos que suben y bajan como la bolsa. La parte buena del cambio es un mayor interés por la política, palpable desde el 15 M, que ha llevado en volandas a los nuevos partidos. La mala es un progresivo adelgazamiento del discurso intelectual, una concentración del énfasis en la imagen y los lemas cortos. La política se está haciendo televisiva. Ya no es un fenómeno parlamentario, ni de élites. Hace veinte años que me llamó la atención la campaña norteamericana, apenas centrada en dos o tres eslóganes por partido. El cambio lleva a los representantes a los platós de los programas populares y a los debates de ocurrencias ingeniosas. Se equivoca el que piense que la tarea de gobernar es menos compleja, los problemas son los mismos. Sencillamente, se asume que la mayoría de los votantes no lee los programas –nunca lo ha hecho– ni tiene una visión minuciosa de la realidad. Sobre su criterio pesan, en primer lugar, la confianza que suscita el líder y después, dos, tres ideas. Transmitir eso, exactamente eso, es la clave. Pedro Sánchez fue arrinconado y desautorizado en el debate a cuatro, así que aprovechó su última oportunidad para hacerse ver. Imposible pasar desapercibido cuando insultas al presidente de la nación. Lo importante es que hablen de ti, aunque sea mal, seas pintor o torero. Y de Pedro Sánchez se habla estos días mal, pero mucho. Como Lady Gaga. Mariano Rajoy cometió el error de pensar que salía a discutir de política con el jefe de la oposición, cuando de lo que se trataba era del espectáculo, de ahí su rostro de incredulidad. Tenía materia de sobra para liarla, desde la cocaína de los ERE –que era droga comprada con el dinero de los parado– hasta Griñán o la familia de los Chaves-Dalton, pero se quedó asombrado, asistió perplejo al advenimiento de la nueva política, que se forja en la esgrima verbal de las tertulias (bien difícil, se lo aseguro), en la concisión de dos o tres datos y en el estilo libre de los bares. Hoy en día se vende todo así, desde los coches hasta las candidaturas deportivas. Por eso parece nuevo el viejísimo discurso marxista de Podemos: es Stalin tras un arreglo de chapa y pintura ¿Qué ganó Sánchez? Quitarse la imagen de blandito, ponerse en modo macho alfa, arrinconar a Rajoy. Mostrarse tan chulo como Pablo Iglesias y tan seguro y guapo como Albert Rivera.