Alfonso Ussía
Tiramisú
Si me recomiendan un restaurante nuevo, antes de visitarlo y comprobar sus excelencias, hago la prueba del tiramisú. ¿Tienen ustedes helado de tiramisú? –Por supuesto que sí-; -en ese caso, no voy-.
He contado en numerosas ocasiones la sentencia de Churchill después de cenar en el «Cock d’Or» de Londres: «Si la sopa hubiese estado tan caliente como el vino, el vino hubiera tenido la edad del pavo, y la pechuga del pavo hubiese sido como el de la camarera, mi nota habría sido excelente». Pero no menciona al tiramisú. En un restaurante de Almendralejo, años atrás, después de superar el horror que me produjo la instalación de una gran urna habitada por peces chinos y japoneses, el amable «maitre» me dio la bienvenida. -¿Qué desea tomar de aperitivo el caballero?-. Nada me conmueve más la serenidad que ser tratado de «caballero». Pero mantuve la calma: - El caballero desea tomar una ginebra con hielo, y si es usted tan amable, le sirve a mi escudero una cerveza bien fría y a mi caballo un cubo con agua del tiempo. Me miró con rareza y no entendió la broma. Comí bastante bien, y al llegar a los postres, el «maitre», emocionado con lo que se disponía a proponerme, me informó de las especialidades dulces de la casa. –Le recomiendo, caballero, nuestro helado de tiramisú al estilo de Mami-; -¿Quién es Mami?, le pregunté alarmado. –Mami es la madre del propietario, y hace el tiramisú como los ángeles-. –Tráigame, por favor, un café sólo y la nota. Y el helado de tiramisú, que se lo coma Mami-. Y fuime.
En mi ignorancia, tenía al tiramisú como un fruto tropical, primo hermano del mango, de la chirimoya o de la papaya. Pero no es así. El tiramisú es un dulce confeccionado con bizcocho empapado en café y mezclado con un queso suave y nata montada. Definitivamente, un asco. Pero no hay restaurante en España que no ofrezca helado de tiramisú, cuando los helados han sido siempre de chocolate, vainilla, fresa y avellana. ¿Qué ha sucedido en España para que se hagan todos los días centenares de miles de helados de tiramisú? «Tengo una muñeca/ vestida de azul/ que come heladitos/ de tiramisú». Los grandes restaurantes, los templos de nuestra gastronomía –los que sobreviven–, también ofrecen helados de tiramisú, y si me permiten una desvergonzada licencia, empiezo a estar del tiramisú hasta los aledaños de mis pudores masculinos.
Los helados de tiramisú irrumpieron en nuestras costumbres en tiempos de los gobiernos de la UCD. El tiramisú es consecuencia de la transición, pero no la mejor consecuencia. Estoy convencido de que, en los almuerzos de amor de Podemos, Iglesias pide de postre «para todos» helados de tiramisú. En un caserío perdido en el prodigio de Liébana, después de una larga caminata que cubrí en compañía de mi amigo Ricardo Escalante, no quedaban cervezas, ni cocacolas, ni botellas de agua. –Esos productos están «muy agotadísimos» y hasta que no venga Cuco el de la camioneta, no hay nada que hacer. Pero si estáis sedientos, os puedo dar unos helados de tiramisú que están para chuparse los dedos-. En aquel paraje y paisaje, senda del oso y del lobo, antiguo cantadero del urogallo, sólo violentado por el aleteo imprevisto de las perdices pardillas o el sonido de los campanos, había helados de tiramisú.
El tiramisú, como su nombre indica, es una monumental cursilería. Es de esperar, que así como llegó y nos invadió, nos deje y se vaya para siempre. A mis años se pueden experimentar toda suerte de novedades, exceptuando una. La de probar el helado de tiramisú, con toda probabilidad el preferido por Montoro, Sánchez e Iglesias.
Al fin he sido valiente y directo en algo.
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