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La Razón
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En el minuto 90, con el acta del partido a un toque del «enter», Cristiano Ronaldo tomó las de Villadiego. La chilena imposible le flageló el «isquio» de la pierna derecha y enfiló hacia el vestuario. Gestos de contrariedad y dolor. Abandonó el campo sin encomendarse ni al árbitro ni al entrenador, perplejo. Los cambios estaban hechos y el encuentro resuelto y en el alargue. «Me duele. Me piro». Cristiano es un gato al que ni Zidane ni sus antecesores se han atrevido a poner el cascabel. ¡Ni Mourinho! Benítez, con su proverbial pedagogía y escaso poder de convicción, quiso demostrarle que podía lanzar mejor las faltas y se quedó con el molde; ni le escuchó. «Puedes hablar de la tiranía de Nerón y Tiberio, pero la tiranía real es la del vecino de al lado» (Walter Bagehot) o, más gráficamente, la de Cristiano, que comparte trono con Messi.

En sorprendente jornada de confesiones, Zidane reconoce, que convencer a su estrella de la conveniencia de descansar es una batalla perdida. Lo ha intentado, seguro, pero como ocurre en pagos barcelonistas con otro astro, la intención revienta contra un muro.

«Lo de Cristiano es difícil para mí... Debería descansar», asume «Zizou» tras la «espantá». Hace un año, en Anoeta, Luis Enrique consideró que Messi debía aguardar en el banquillo. No reverdeció el «motín del Hesperia» porque el asunto era diferente y Bartomeu no dudó en alinearse con Leo. Aclarado que Messi es quien dicta cuándo juega y cuándo no, el Barcelona recuperó la calma y el presunto capitoste sumó cinco títulos.

«Los técnicos somos esclavos de la tiranía de los jugadores», ha dicho Del Bosque, con conocimiento de causa, porque vivió en la galaxia.