Alfonso Ussía
Títulos
Los títulos nobiliarios son competencia exclusiva del Rey. El Rey los concede y sólo el Rey los puede revocar. En la actualidad, además de un bien histórico y cultural, un título nobiliario es un honor sin privilegios pero sí con deberes. La honestidad, la lealtad y la ejemplaridad. Sirven, como mucho, para reservar mesa en los restaurantes o habitaciones en los hoteles. El título, salvo en casos excepcionales por su importancia histórica, no conlleva beneficios sino obligaciones. Se interpreta desde la sospecha la oportunidad de la carta al Rey de la Infanta Cristina, que coincide con la revocación del ducado de Palma. Su padre, el Rey, se lo concedió, y su hermano, el Rey, se lo ha quitado por su imputación en el embrollado «caso Nóos». La Infanta sigue siendo Infanta de España, que es mucho más importante que ser duquesa. Y esa condición no es susceptible de ser revocada. Doña Cristina ha puesto por encima de todo y de todos a su marido y a sus hijos, a su familia, y en este aspecto su postura es plausible. Pero también ha perjudicado a la Corona con su empecinamiento en no renunciar a sus derechos dinásticos, y ahí no se atisba ejemplaridad ni lealtad. Su honestidad está pendiente de juicio, y vuelvo repetir que creo en ella – en su honestidad–, y nada en la de su marido. En el aspecto nobiliario, la lealtad al Rey vuela por encima de otras lealtades, y la Infanta Cristina no ha querido entenderlo así. Ha dejado de ser la duquesa de Palma y aquí termina el cuento.
Me refería al principio a la honestidad, lealtad y ejemplaridad, las tres fundamentales obligaciones públicas de los titulares de dignidades nobiliarias. El Rey ha sido eficaz, ejemplar y contundente revocando el ducado que su Padre, Don Juan Carlos I, concedió a su hermana. Pero la relación de títulos nobiliarios de obligado examen por la falta de honestidad, lealtad y ejemplaridad de sus actuales poseedores es tan extensa como merecedora de un análisis profundo.
La Diputación de la Grandeza, que reúne a todos los títulos nobiliarios de España, es una institución que sirve para muy poco. No entra en sus competencias la recomendación o consejo al Rey de revocar los títulos a los nobles que actúan alejados de la nobleza, en su significado más específico. La Diputación no puede intervenir ni en la concesión ni en la revocación de títulos nobiliarios, pero sería conveniente que entre sus competencias tuviera especial relevancia la capacidad de aconsejar, denunciar e intervenir en casos de deshonestidad, deslealtad y ausencia de ejemplaridad flagrantes. Los nobles no pueden dar ni quitar títulos, pero sí apartar de su Diputación a los titulares que no cumplen con sus deberes de nobleza. Todo noble imputado o procesado judicialmente por infracciones graves contra la Ley, no debe mantenerse en la titularidad de su dignidad nobiliaria. El noble que traiciona al Rey y a España entregando su poder financiero o de propaganda a movimientos que persiguen la fragmentación de España, no puede compartir institución ni espacio con quienes llevan siglos, decenios o meses cumpliendo a rajatabla los fundamentos de la lealtad, la honestidad y la ejemplaridad. No se trata de una vuelta a los ayeres, sino de un proyecto de futuro. El noble innoble es una incoherencia ridícula y nada aconsejable. Es extensa la relación. La Diputación de la Grandeza, con un estudio previo y una democrática votación, haría bien expulsando de su seno a quienes han humillado la obligación suprema de la lealtad a España y al Rey. La nobleza no es la aristocracia, que hoy está en manos del dinero. La nobleza es otra cosa, y en muchos casos, siempre honesta, trabajadora, discreta, decente, culta, leal y limpia. Y el que no cumpla, fuera.
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