Joaquín Marco
Todo cambia
Es evidente que todo cambia, aunque no es menos cierto que algo permanece. Este principio general es aplicable también a la política. En los últimos meses, y a una velocidad de vértigo, hemos visto nacer en España una nueva fuerza política: Podemos. De ser un movimiento difuso pasó a convertirse en la sorpresa de las elecciones europeas. Hoy ya es un partido organizado que puede equipararse a los más tradicionales, a los de la «casta». Varios factores han contribuido a su aparición. En primer lugar, la crisis económica persistente, con sus demoledoras consecuencias sociales que lanzan a la sociedad, confiada en un bienestar indefinido, hacia la indignación. Sin renunciar al consumo, éste se ha convertido en un deseo inalcanzable. En consecuencia, las desigualdades siguen aumentando sin que las formaciones políticas dominantes logren frenar el deterioro. Las protestas ciudadanas que ocuparon las plazas públicas el 15 M han adquirido conciencia política. La aparición de este nuevo partido es, pues, un resultado lógico. No hay día en el que los medios de comunicación no traten, por una u otra razón, de Podemos. Pablo Iglesias, ya convertido en su secretario general, se ha convertido en una figura mediática y popular que requiere escolta policial. Alcanzó en las votaciones por Internet el 88,6% de adhesiones. Las emisoras y las televisiones privadas se lo disputan. Es, sin embargo, consciente de que se repite, de que el ideario y las soluciones que propone son todavía confusas. Admirador de Julio Anguita y de su lema «Programa, programa, programa», parece darse cuenta de que, pese a su relativo éxito en las elecciones europeas, el partido carece todavía de un sólido programa en el que asentar la defensa de sus ideas. Podemos ha sabido analizar las carencias de una sociedad angustiada, pero no ha logrado todavía proponer las soluciones a los problemas. Su labor simplificadora es didáctica, pero vivimos en un mundo complejo, en una maraña de intereses de toda índole, difícil de desentrañar. Los modelos en los que tienden a buscar soluciones son algunos países hispanoamericanos, en los que puede advertirse más fácilmente las contradicciones. Su discurso inaugural se inició con el reclamo de «abrir un proceso constituyente para abrir el candado del 78 y poder discutir de todo»; es decir, transformar las fórmulas que surgieron de la Transición. Sus pretensiones buscan renovar por completo el marco constitucional, emprender un nuevo camino con otra Constitución. Entienden que el bipartidismo de hecho ha ido pervirtiéndose hasta convertirse en lastre. Por todo ello, su objetivo no es transformarse en un partido que pudiera entenderse como bisagra e influir con ello en la política general, sino en ganar ya las próximas elecciones generales de 2015. Alguna encuesta incluso, de celebrarse hoy las elecciones, les da como ganadores por encima del PP y del PSOE. Saben que cuentan con poco tiempo y, como muy bien dijo Pablo Iglesias, las mayores dificultades llegarían en el caso de que alcancen una mayoría parlamentaria. Pero de aquella inicial salida asamblearia ya queda poco. El nuevo secretario general se ha rodeado de jóvenes fieles y ha constituido un Consejo Ciudadano formado por 62 representantes, paritario entre hombres y mujeres, al que se sumarán 17 representantes autonómicos. La formación, en consecuencia, se organiza más o menos como la mayor parte de los partidos a los que pretende sustituir. Los personajes clave del Consejo Ciudadano (o Comité Ejecutivo) son en su mayor parte los jóvenes profesores de la Universidad Complutense que le acompañaron en el inicio de la aventura. Su número dos es Íñigo Errejón, quien, junto a Carolina Bescansa, Juan Carlos Monedero y Luis Alegre, constituyen las caras más visibles de Podemos. Todos ellos son académicos, de formaciones parecidas. Podemos no se identifica a la manera tradicional. Parece entender como inapropiada la oposición derecha/izquierda y prefiere la de arriba/abajo. Tampoco se define de izquierda, pese a haber dinamitado a IU, de la que alguno de sus integrantes estuvo muy cerca. Su éxito inicial y fulgurante ha puesto en alerta a los dos grandes partidos nacionales. En el PSOE han sonado las alarmas y, según las encuestas, otra parte menor de los posibles votantes del nuevo partido podría proceder, incluso, del PP. De algún modo los primeros mensajes del Partido se han ido suavizando para no provocar el miedo en el electorado, que les alejaría de un triunfo que, hay que decirlo, parece todavía muy lejano. Pero los nuevos dirigentes de Podemos saben muy bien que todo se decide entre los indecisos que bordean el centro y no quieren perder comba. Hay algo positivo en el nacimiento de un nuevo partido que puede llevar a la política algunos gramos de ilusión contra el pesimismo general que hace descender los votos de los partidos tradicionales. Sin embargo, como apuntamos al comienzo, el cambio, el todo cambia, que en cada nueva elección se nos promete, deja paso al inmovilismo. Por otra parte, Podemos, con todas las diferencias, no deja de ser otra formación populista, fruto del envenenamiento de la crisis, semejante a las que han brotado también con diversos nombres e ideologías en los países que nos rodean. Los dirigentes de Podemos están haciendo un esfuerzo para presentarse ante la opinión pública como jóvenes decentes, de evolución política transparente. Sus adversarios no pueden criticar los puntos débiles de un programa que todavía no existe o de unas ideas que cambian con cierta rapidez. España, por otra parte, no es Bolivia, ni Ecuador, ni Uruguay y mucho menos Brasil. Forma parte de una encorsetada Unión Europea, de una OTAN (que los de Podemos desearían abandonar), de un amplio tejido de intereses empresariales de los que depende el crecimiento económico. No estamos al margen de un Occidente que, mal nos pese, constituye nuestro ADN. Pero sería un error observar el desarrollo de Podemos con miedo. Un partido sin historia pretende darle la vuelta a nuestra vida colectiva. Conviene observar sus primeros pasos, porque todo es susceptible de cambio, incluso Podemos.
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