Marta Robles
Todo es naufragio
Escribo con la vista nublada. Todo es recuerdo de la sangre de esa barra maldita que blandió un asesino de niños. Apenas alcanzo a teclear la palabra «padre». ¿Padre? No. Tal vez progenitor. Pero no padre. Un padre jamás haría tal cosa. Como tampoco violaría a su hija y a las de su pareja durante años... El lenguaje, siempre tan rico, debería proveernos de otra palabra para diferenciar a los padres de verdad de los que no lo son. Y a los hombres buenos de los malos, bestias crueles con esas mujeres que los empiezan amando y los acaban temiendo, antes de saber que su suerte está echada. Apenas dos días después del señalado contra la violencia machista, dos casos terribles nos dejan dos niñas, de 7 y 9 años, muertas y una historia de violaciones reiteradas, de otras tres, durante ocho años, hasta dejarles la voluntad hecha jirones. Entre nuestras culpas, las de permitir que la denuncia de una mujer por vejaciones ni siquiera procure una orden de alejamiento o la de ser vecino y ver a un hombre zarandear a unas pequeñas y pensar que es un hecho aislado... Entre el dolor de esas mujeres, no haber sido capaces de anticipar un asesinato o de percibir los abusos a sus hijas. El asesino se tiró del viaducto tras el crimen. El violador –presunto, hay que decir- está arrestado, sin que se sepa si ingresará en prisión preventiva o si saldrá libre con cargos. Hoy todo es desolación y desesperanza. Tengo la vista nublada. Todo es naufragio.
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