Pedro Narváez

Todos a uno

Los periodistas nos hemos convertido tras las elecciones en vendedores de Avón. No hay quien no tenga un consejo para maquillar al candidato, que ahora le pasa lo que a los bebés, a la vista de la dichosa volatilidad: que nadie tiene valor de decirle a la madre que su niño es feo, no vaya a ser. A todos, menos a Rajoy, al que se le puede llamar de todo, hasta presidente, so pena de parecer un pelota o un plumilla poco independiente. Es imprescindible el manual donde se indica claramente que «no comunica» y que ha de elevar el «perfil político». O llevas coletero o un traje de Hugo Boss con corbata estrecha, elementos de estilismo que comunican mucho como todo politólogo sabe. La crisis ha dejado un campo de batalla devastado en el que los españoles hemos resucitado palabros como regeneración, que es el anzuelo en el que pican los merluzos, como si ese fuera el bálsamo o el prozac de un país harto de sí mismo tendido en el diván de la efebocracia. No puedo ensalzar al líder sin carisma atribuyéndole calificativos sexis, que es lo que se lleva, la erótica de la estupidez, pero sí afirmar que llegará un día en el que lo echaremos de menos, cuando al Moisés de turno no se le abra el Mar Rojo, vuelva la troika a hacernos bailar la yenka o comiencen los pactos por un Estado federal que dejaría el perfil de España en manos de esos cirujanos plásticos sin escrúpulos que te dejan sin apenas nariz. Ay, Góngora. Las nuevas élites, del yuppismo emocional al radical amable con las viejecitas, quieren tocar poder como sea. El PP se ha convertido de nuevo en un partido antipático al que hay que perdonarle la vida. Todos a uno. Hasta sus propios barones cuchichean como comadres.