Alfonso Ussía

Todos espiados

Creo que fue Art Buchwald, el formidable columnista que leímos en España gracias a Eugenio Suárez y su «Sábado Gráfico», el que estableció la única diferencia existente entre un presidente de los Estados Unidos Demócrata y uno Republicano: «El Republicano ordena el ataque atómico después de besar emocionado a su mujer, en tanto que el Demócrata lo hace después de haberlo consultado con su amante». Escándalo mayúsculo el que se ha producido con el espionaje masivo que los Estados Unidos han montado en Europa. Una tontería. Lo han hecho y lo harán, como los rusos, como los chinos, y dentro de la natural modestia que nos caracteriza, como los españoles.

El lenguaje diplomático lo arregla todo. El embajador de los Estados Unidos ha rendido visita al Palacio de Santa Cruz, sede del Ministerio de Asuntos Exteriores, para ser severamente amonestado por un diplomático español, el diplomático de guardia para regañar a los embajadores. Y como sucede siempre, el regañado ha abandonado la sede del ministerio tronchado de risa. Un paripé. Me encantaría asistir a un encuentro de este tipo. El diplomático español recibe al embajador del Imperio y le dice: «Perdone que elevemos el tono de la protesta pero lo que han hecho ustedes no tiene nombre, hombre»; y el embajador regañado le responde: «Le aseguro que no lo volveremos a hacer. La semana pasada visité Santiago de Compostela con mi novio y nos encantó. Preciosa ciudad. Y si no tiene más que regañarme, me vuelvo a la embajada a reunirme con los espías».

El mundo se ha espíado siempre. En los tiempos de la Guerra Fría, los diplomáticos americanos, soviéticos, británicos, y chinos sabían todo de todos, hasta la edad exacta de la difunta Sara Montiel, que fue un secreto de Estado durante decenios. Expulsaron de Londres a cincuenta diplomáticos rusos acusados de espionaje. Una semana más tarde, la oficina londinense de la compañía aérea «Aeroflot» pasó de tener diez trabajadores a más de un centenar. Recuerdo un caso divertido, vivido en persona. Mi inolvidado Juan Garrigues Walker era presidente de una compañía que exportaba a la URSS, Ciex. Cuando las relaciones entre España y la URSS elevaron su representación a rango de Embajada, Juan organizó una cena con posterior visita al «Corral de la Morería» para celebrar con los diplomáticos rusos el éxito diplomático. Bogomolov, el embajador, encantado. Se apuntaron al festolín el segundo, Afanasiev – gran jugador de ajedrez–, Nadolnyk, Igor Ivanov y Nicolai, el chófer del embajador Bogomolov. En el «Corral», los soviéticos lo pasaron muy bien y más de uno se pasó en la ingestión de elixires alcohólicos. Fue cuando el chófer Nicolai le amonestó al embajador: «A casa, Bogomolov, que estamos dando un espectáculo penoso». Eran todos espías, pero el que mandaba de verdad era el chófer.

El espionaje internacional es tan importante o más, que la mera actividad diplomática. Pero hay que hacerlo con discreción y medida. No se puede espiar a millones de personas y que los millones de personas se enteren. Para mí, que Obama ha contratado a Alicia Sánchez-Camacho y «Método 3» porque no se puede hacer peor. Obama ha reconocido el espionaje masivo, y ha defendido la operación porque lo ha hecho «en beneficio de Europa». Tampoco hay que enfadarse tanto por algo que todos los dirigentes del mundo conocen y hacen en la medida de sus posibilidades. Unos espían a millones de personas y otros al hijo de un fresco con un micrófono en un florero. De ahí la nula importancia del regaño al embajador de los Estados Unidos por parte del diplomático de guardia para regaños «elevados de tono», que también ha sido conveniente y previamente espiado.