Alfonso Ussía

Todos prohibidos

La Razón
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Buena le ha caído encima a mi compadre Antonio Burgos con su artículo «Las Flequis». Machista, rancio, asqueroso, antiguo... le han dicho de todo. Antonio Burgos se ha limitado a hacer uso de su libertad en un asunto opinable. A las «Nekanes», aquel grupo de batasunas amortizadas, les decían en el País Vasco «Las Feas». Señoras feministas y señores buenistas. Somos muchos los feos y las feas. El despreciado por Juan Manuel de Prada, Winston Churchill –para mí, modestamente y con el permiso de Zamora uno de los personajes más grandes del siglo XX–, se lo llamó directamente a «lady» Ashtor en el Parlamento. Ella, previamente, había llamado a Churchill «borracho». –Y usted es fea. Mi problema se arregla con una siesta. El suyo es para toda la vida–. Lo de Anna Gabriel y las «magas» de Valencia es para escribir un libro.

Pero lo políticamente correcto ha prohibido todo. Y a todos. «Era su nombre Juana/ hija de un zurrador y una gitana./ Cambió de nombre y se llamó Ana Pérez/ con ayuda de un sastre y de un alférez./ Y viéndose triunfante/ a Toledo se fue con un farsante/ adonde, por doncella, una alcahueta,/ se la vendió a un trompeta». Quevedo condenado por el último pareado dedicado a Juana:

«En donde por lo puta y por lo moza/ se llamó doña Julia de Mendoza». También prohibido don Manuel del Palacio. «Diálogo al vuelo cogido/ en el baile de Menchaca./ -Oriénteme usted, querido; / ¿quién és esa horrible vaca/ que al pasar le ha sonreído?-./ Se lo diré, caballero:/ Es doña Julia Terrón,/ hija del duque de Ampuero/ y madre de este ternero/ que está a su disposición». Tercetos del soneto de don Manuel a la nobleza española de la Corte de Isabel II: «Saavedra a la Lombilla jode ahora;/ Sanjuán, de Fernandina es el segundo./ Y don Ramón con la Fonseca, mora./ Más si queréis ejemplo más profundo,/ en Palacio hallaréis una señora/ que es capaz de joder con todo el mundo». Y era fea.

A Bretón de los Herreros –también prohibido por machista–, le da por la ironía: «Doña Tecla, la de Yecla/ es Tecla muy singular./ ¡De qué servirá una tecla/ que no se deja tocar?». Carlos Cano, el poeta del XIX, no el cantautor del XX: «De espaldas a mi novia la fornico./ Y ella mucho se mueve y se menea./ ¿La razón? Que su padre es harto rico/ y mi novia terriblemente fea». Hasta el anónimo juego de palabras versificado ha sido prohibido por la Nueva Inquisición: «Te quiero jo, te quiero jo/ te quiero joven y bella/, como una pu/ como una pu/ como una pura doncella./ Y con mi pi,/ y con mi pi/ y con mi pícara mano/ tocar las te/ tocar las te/ tocar las teclas del piano». A Juan Pérez Creus, poeta que escribió con los seudónimos de «Maese Pérez» y «Pájaro Pinto» lo calificó una periodista de «Informaciones» de «cobarde, piojoso, melindres y maricón» por no haberse atrevido a firmar con su nombre unos versos contra la familia de Franco que corrieron, como en el Siglo de Oro, por todas las tabernas de Madrid. Tardó Pérez Creus cinco años en vengarse, y ya con la libertad recuperada, respondió a la periodista con un soneto cuyos tercetos serían hoy motivo de encarcelamiento súbito: «Llamarte fresca, pobre sonaría./ Decirte zorra, no daría tu talla/ pues por puta te tienen las personas./ Y llamarte putísima, sería/ como llamarle cerro al Himalaya/ como decirle arroyo, al Amazonas». Y a la escritora Dolores Medio, cuando la descubrió paseando por la orilla del Sardinero: «Saca ya de las aguas/ tus pies pequeños/ que se te corta el “siglo”/ Dolores Medio». Y los tercetos de Antonio Mingote a lo más admirable de una mujer que deambulaba por El Retiro: «Te veo caminar mientras te alejas/ esparciendo a tu paso la hermosura,/ y suspiro, ya ves, sin disimulo,/ pues suspenso y atónito me dejas/ admirando en tu porte y tu figura/ lo que es más digno de admirar. Tu culo». ¿Y por escribir de la fealdad de las «Flequis» y «las magas» le ha caído ese aguacero de piedras e insultos a Antonio Burgos?

Esa gente ha leído muy poco. Y mal.