Paloma Pedrero
Tontos y tontas
El mensaje cala en los críos y condiciona sus resultados escolares. Y vitales. Ensayos realizados en el Reino Unido ponen de manifiesto que los varoncitos tienden a adaptarse a lo que oyen y, como desde que nacen oyen que son más torpes que las niñas en el colegio, lo asumen y lo son. Desde luego, no hay que ser un genio en psicología para saber que todos estamos condicionados por nuestra cultura, cultura que se transmite, entre otras vías, por la palabra, y que todo lo que nos dicen repetidamente cuando somos pequeños nos impregna de modo casi definitivo. Que conste el casi, porque afortunadamente los humanos tenemos una vida larga para tomar conciencia de lo que ocurrió en la infancia y transformarnos. Fácil no es, ciertamente, pero sí hermoso y fructífero. Yo tuve la mala suerte de ser considerada una «tonta» en mi colegio. Hasta llegaron a ponerme orejas de burro en parvulitos y pasearme por el resto de las clases. Desde luego que recuerdo con nitidez ese día humillante y desolador. Porque yo también me lo creí un poco y tuve que sufrirlo muchos años. Por eso sé que no hay tontos ni tontas y que la mejor forma de educar es transmitiendo responsabilidad y amor. Sin embargo, con la de adultos que estamos mal educados, o nos seguimos educando a nosotros mismos, o seguiremos jodiendo a los pequeños. Habría que empezar con el «sólo sé que no sé nada». ¿No sería un buen inicio para educar partir de esa gran verdad? El problema es que nos han dicho tantas veces que somos tontos y tontas que nos vemos impulsados a demostrar lo contrario. Y nos ponemos a enseñar ya equivocados.
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