Toros

Ángela Vallvey

Toros

La Razón
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Me invita Sánchez Dragó a Las Ventas. Tarde de toros. Voy, (siempre me meto donde me llaman) pero le recuerdo que soy animalista. Añade que nos acompañarán Andrés Calamaro y Juan Luis Arsuaga. Me asombra el gentío y los carteles de Adrien Brody adornando la plaza. Una señora que me vende 200 mililitros de agua por 3 euros dice que, en realidad, es Manolete. En el coso huele a campo, a aire libre, a caballos. A los puros de los aficionados. No había visto tanta gente fumando desde que, en las viejas pelis del Oeste, se firmaba la paz con una pipa de calumet que dejaba a los indios y a los vaqueros bastante colocados. En minutos, la plaza está a rebosar. Veinticinco mil personas ocupan ordenada y tranquilamente sus localidades. Todo el mundo es extraordinariamente amable. Pasa una infanta por encima de mi cabeza. Ocupamos nuestros sitios. Llueve. Siento enoclofobia (miedo a las multitudes). ¡Tengo que salir...! Regreso. Repito la operación tres veces más, molestando a los que me rodean, que no se quejan sino que, tolerantes y educados, permiten que los jorobe una y otra vez sin mandarme a pacer... Cuando sale el primer toro, muy cerca de donde finalmente estoy sentada, me sobrecoge la brutal belleza del animal. Su magnitud, su fuste, la elegancia de su estampa. La pureza de sus ojos se me clava en el corazón, me lo atraviesa como la espada de un torero. Me duele esa hermosura inesperada y arrolladora, la fuerza que me contagia la bestia y que me hace dar un brinco. El toro entra corriendo en la arena, trotando alegre, emocionado, expectante... Cuando le ponen las banderillas y veo brillar la sangre en su costado, tengo ganas de llorar. Arsuaga me observa como si yo fuese un fósil. Lo soy. Del Oligoceno. Me lo noto en las manos. Tengo los nódulos carbonatados. Él dice que el astado pertenece a una especie afortunada donde las hembras y los sementales salvan la vida. Pero yo no puedo pensar más que en el toro bravo que ahora sufre y mira cansado alrededor. Ha pasado de joven retozón a viejo agonizante en pocos minutos. Calamaro luce saludable y me dedica una risilla de recochineo. Un señor encantador, a mi lado, me dice que es médico, y que si estoy bien. Me casaría con él si no fuera porque tengo que salir corriendo...