Alfonso Ussía

Toros y libertad

La Razón
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Alguien lo dijo: «En una corrida, la fiera no es el toro. La fiera es el público». Oportuno sería añadir. «El público que usa la violencia para impedir la libertad de los demás». Cuando el Gobierno de Blair prohibió las cacerías de zorros, acabó de un plumazo con la estética inglesa. Se dejó influir por los envidiosos y los falsos defensores de los animales, en un noventa y nueve por ciento consumidores de carne y de pescado. Los de las Mareas que gobiernan en La Coruña y los radicales que lo hacen en Palma de Mallorca, se oponen con firmeza a la Fiesta española por excelencia, pero se forran de bogavantes y calderetas de langosta cocidos vivos ante su placer y antojo. Libertad para ir a los toros. Libertad para quedarse en casa o dormir la siesta en el cine. En Palma, 10.000 aficionados han abarrotado su plaza al grito de «¡Libertad!», en tanto que dos centenares de palmesanos se han manifestado desde el insulto y la grosería a las puertas de la plaza. Unos violentos han intentado pegar a un torero. Para estos energúmenos, la libertad consiste en que todos asuman sus métodos, ideas y objetivos.

Blair terminó con la estética. El paisaje de la campiña inglesa animada de caballos, jinetes, perros y un zorro, se borró por culpa del zorro. Un zorro, al que por otra parte, no cazan los hombres sino los perros. Unos zorros que no destacan por su respeto a las gallinas, los patos y los pequeños corderos de las granjas inglesas. El cantautor –palabra rebosada de pretensión y cursilería–, brasileño Roberto Carlos, cantaba una melodía buenista y cretina con un remoquete ecologeta de lo más divertido. «Yo quisiera ser civilizado como los animales». Pregunten al mosquito si la araña es civilizada, a la mosca si le divierte ingresar en el pico de una romántica y becqueriana golondrina. Pregunten a la anchoa o a la sardina por el nivel de civilización del atún, y al atún y la foca por la simpatía de la orca, y al impala por el comportamiento civilizado del león, del leopardo o del guepardo. Pregunten al ñu y a la cebra que atraviesan el río en su migración hacia los pastos verdes del Serengueti por la buena educación de los cocodrilos. El ciclo natural de la vida. Impetuosos, naturales, depredadores y depredados, pero nada civilizados.

La acuarela, y la poesía, y la imagen, y la literatura y la música universales de España están en los toros. Y los toros no pertenecen al milagro de la naturaleza, sino al trabajo y al generoso derroche económico de las ganaderías de bravo. El toro, protagonista fundamental en el arte de la tauromaquia, vive cuidado, mimado, y alimentado durante cuatro años en la maravilla de las dehesas. Si los toros se prohibieran en España, desaparecería el toro bravo en pocos años. Los años que pasarían hasta que murieran los últimos toros bravos de las estirpes que aún aguantan a pesar de las dificultades. Animales de laboratorio y cuidado permanente, que no sabrían vivir en libertad. Ese toro que cumple con el torero la danza majestuosa y artística en torno a la muerte. Ese toro que ha enamorado a intelectuales y artistas de todo el mundo. Para qué mencionarlos. Desde Goya, Picasso y Cocteau, a Hemingway, Welles y Rilke. Sin el toro y el torero, la Poesía, la Novela, el Ensayo literario en España padecerían de una descomunal cojera. García Lorca, Gerardo Diego, Pemán, Alberti, Bergamín...Los antitaurinos, que tienen toda la libertad de serlo y manifestarlo, harían bien en respetar la Cultura con mayúscula que la tauromaquia ha creado y dejar en paz a quienes viven por ella, aman sus raíces, y se juegan sus vidas y sus economías en beneficio de millones de españoles que no merecen ser vejados e insultados por acudir a las plazas de toros. La permanente y lacerante contradicción del ecologista buenista animalista que come sus filetes de carne de matadero, sus jamones bien curados, sus merluzas de anzuelo, sus conservas de atún y guarda en la nevera alimentada por energía nuclear sus viandas perecederas. El ecologista que ha permitido que los mejores paisajes de España se hayan convertido en plantaciones de molinos invasores. Me parece muy bien. Tiene su libertad respetada. Pero esa libertad no anida en el rencor y la ignorancia de quienes sólo conocen la libertad impuesta, es decir, la falta de libertad, la libertad parcial y obligada del populismo radical o estalinista.

Los que asesinaron o aplaudieron el asesinato y la mutilación de miles de españoles, prohibieron los toros en San Sebastián. El PNV, ha devuelto la cordura y la tradición de la Semana Grande. Bien por su arrojo. En Cataluña los toros han sido prohibidos por quienes desean separarse de España, pero no lo han hecho con el toro embolado de fuego y los niños que se caen de los castillos humanos. Argumento para otro artículo. La libertad no es la libertad de uno, sino la de todos. Y hoy en día, ser taurino, acudir a las plazas y soportar los insultos es un ejercicio valiente de libertad.