Ángela Vallvey

Tres Reinas

Tenemos dos Papas, dos Reyes, varias Reinas... Antaño, los Papas y los reyes morían a su justa edad, que solía ser tempranera, con lo que no era raro heredar pronto un reino–de este mundo para los reyes, del otro para los Papas–; los príncipes albergaban fundadas esperanzas de subir al trono con rapidez, pues los reyes perecían con alegre facilidad por las causas más diversas, que iban desde una mala batalla o un atracón a un buen envenenamiento. La historia era un Juego de Tronos de verdad. Ser monarca significaba jugarse el tipo a diario y la moda más duradera en la alta peluquería de la realeza consistía en llevar los pelos como escarpias (de puro miedo, o por lo menos de prevención). Pocos llegaban a viejos y la jubilación no existía ni en la imaginación de los transformadores sociales más radicales. Los reyes ponían al frente de sus armadas a duques que nunca habían visto el mar, se enamoraban de sus sobrinas y se casaban con sus tías. Pocos reyes abdicaban, lo habitual era que sus rivales los echaran del trono, cuando no eran sus propios hijos, padres, hermanos y demás parientes quienes los ponían en retreta (esto es: de cabeza hacia el exilio o el paredón).

Hoy, vivimos muchos años. Los Reyes son fuertes como robles y no quieren soltar el cetro. Ahí está la Reina de Inglaterra y su heredero, Carlos, que ya parece el hermano de su madre. La civilización nos ha amansado y, después de darle muchas vueltas al garrote vil de la Historia, concluimos que el asesinato, las masacres consuetudinarias y los contubernios son de mala educación. Por eso los Papas y los reyes se jubilan. Y ahora tenemos tres Reinas: Doña Sofía, Doña Letizia y... «La roja» (esta última, la única destronada).