Lucas Haurie

Tuneando la biografía

Todo proceso revolucionario encierra la necesidad de creer en ese ser providencial que redima a la Humanidad –o a esa parte de ella que llamamos nación– de sus pecados. Como los mesías escasean, conviene fabricarlos mediante la construcción de un pasado, habitualmente ficticio, que apenas guarda encriptada la predestinación del líder. Así, con permiso de las creencias de cada cual, la anunciación de Gabriel. O cualquiera de las hagiografías delirantes que los regímenes autocráticos hacen circular sobre sus líderes: Franco mandó acuñar monedas definiendo su caudillaje como un designio divino y aún están disponibles textos que dan auténtica vergüenza ajena sobre la baraka que lo acompañó durante sus campañas en África o lo inmarcesible de su genio militar. En lo mismo anda inmerso Pablo Iglesias, quien por razones de edad no puede emplear la mentira consuetudinaria de oposición al régimen anterior y tiene la desgracia de pertenecer a una generación cuya vida ha quedado registrada en documentos videográficos desde antes de abandonar el seno materno. No hay pruebas de ninguna heroicidad pretérita sino todo lo contrario: servil y callado cual suripanta, inclinó la cabeza ante el plutócrata que lo becó cuando ya tenía años sobrados para ganarse la vida. Un niño mimado del sistema.

A falta de otra batallita más gloriosa, difunde Podemos la especie de que sus líderes estuvieron en la génesis del «putsch» del 13 de marzo de 2004, un golpe de Estado de consecuencias tan odiosas como el ascenso al poder de Rodríguez Zapatero, el peor gobernante que ha sufrido España desde Fernando VII. Violentar la jornada de reflexión mediante el asedio de las sedes de un partido concurrente, por errados que estén sus dirigentes, no es hazaña de la que deba enorgullecerse un demócrata; tildar de asesinos, con doscientos muertos aún sin enterrar, a los ministros de un Gobierno elegido en las urnas, por tórpida que fuese su gestión de la crisis, supone una vileza inconcebible. Poco habrá de lo que blasonar si se reivindica tamaña canallada. Para colmo falseando la historia porque, ¿desde cuándo han trabajado un sábado por la tarde los trincones de la universidad? En los departamentos de la Complutense, ni los ratones quedan entre el viernes a la hora de la cervecita y el lunes después de la tostada con aceite. Redactando un sms con el mimo con el que Miguel Ángel esculpía la Piedad, dice que estaban. «Teh quiyá porahí, Pabliglesia».