Antonio Cañizares
Un año acaba, otro empieza
Acaba un año y va a comenzar un año nuevo. Todos deseamos que sea un año mejor que el que está expirando, porque éste ha sido, está siendo duro y, sin duda, complicado por diversos motivos, aunque, a decir verdad, no han faltado tampoco acontecimientos alentadores y cargados de esperanza. Se abren las puertas de un nuevo año y en su umbral nos encontramos con un panorama que es necesario renovar y que es preciso cambiar. El cambio, hay que ser realistas, no se podrá llevar enteramente a cabo en los 365 días de este año; pero hay que ponerse manos a la obra, porque es posible. Es cuestión de algún tiempo, de esfuerzo y trabajo entre todos, de sacrificios y de colaboración mutua; y, sobre todo, no será posible ni real la tan urgente y apremiante renovación, sin la ayuda de Dios, y sin la invocación constante y paciente de esta ayuda, que nunca falta ni faltará.
Todos hablamos, sobre todo, de la crítica situación económica, que tanto ha afectado intensa y extensivamente a personas y a familias, a tantos sectores de la sociedad, a países enteros –y aún no está totalmente superada, aunque hay atisbos de luz ciertos–. No podemos minimizar ni un ápice este aspecto fundamental con tan grandes, graves y hondas repercusiones de todo tipo. Pero tampoco podemos olvidar que esta situación no es un hecho aislado~ sino reflejo de una situación social y cultural que tiene muy hondas raíces antropológicas y morales. Sin actuar en estas raíces, y buscando solo las soluciones en el campo de la economía misma, seguiremos igual, porque, de nuevo, continuaremos supeditando el hombre y el bien común, inseparable del bien del hombre, a la economía; esto es lo que ha dado lugar a lo que nos sucede. Por poner solo un ejemplo: la crisis europea innegable es crisis derivada de pretender asentar Europa y su unidad sólo o muy principalmente en aspectos económicos, dejando de lado lo que le puede otorgar cohesión y hacer del conjunto de sus naciones una unidad firme asentada en su verdadera identidad.
Final de año y comienzo de otro es momento propicio para hacer examen de conciencia personal y colectivo, discernir qué es lo que nos sucede y por qué. Es preciso tener la lucidez y la valentía necesaria para reconocer con sencillez que, desde hace décadas, nos hallamos inmersos en un panorama social y cultural dominante que nos envuelve y configura, y que algunos, tal vez con toda razón, consideran como un proyecto global, universal, no exclusivo de una nación, de alcance en valores culturales e ideológicos configurantes de un nuevo rostro, que no es nuevo enteramente, y que hasta podría tener visos de una obra de ingeniería social muy bien perfilada y desarrollada. Este examen de conciencia comporta un diagnóstico de la realidad. Si se acierta en el diagnóstico, entonces estaremos en las mejores condiciones para hallar las mejores y más adecuadas respuestas. Únicamente un acertado diagnóstico podrá conducirnos al camino válido. Está en marcha, creo que ya establecida, una transformación de la cultura, una real revolución cultural copernicana, que en algunas partes se ha radicalizado y aún acelerado. Responde a una concepción ideológica basada en una ruptura radical antropológica que se asienta sobre algunos pilares básicos e interrelacionados, como: la afirmación de una libertad omnímoda y de un relativismo gnoseológico y moral fuerte e insidioso, la caída y debilidad de un pensamiento sólido que no confía ya en la capacidad de la razón para alcanzar la verdad, el amplio predominio de la razón práctica e instrumental acompañado de un cientifismo ideológico sin base, el secularismo laicista en el que Dios no cuenta ni tiene lugar frente a la pretensión del hombre como único creador y agente de la historia, o la misma ideología de género que es la más radical de todas las ideologías conocidas hasta el presente y la emergencia falsas utopías vacías sin fuste. (Sin olvidar el yihadismo amenazante). Organización social, ordenamientos y legislaciones, apoyos tanto mediáticos como políticos son instrumentos que cooperan de manera decisiva en la implantación de esta nueva cultura que tiene pretensiones de supervivencia y de mayor dominio todavía no solo en la esfera pública sino también privada. Se trata de toda una mentalidad, de unos criterios de juicio y pensamiento con los que vivir y con los que situarse en el mundo que se han apoderado en buena parte del recto pensar y sentir. Una total transformación cultural y social, en definitiva, con «nuevas personas» y con una «nueva sociedad», en la que Dios es el gran ausente, y el hombre, de hecho, pasa a ser el gran marginado que vive en la soledad. La Iglesia y todo lo que con ella tenga que ver estorba en la vida pública, por supuesto, o queda relegado a la esfera de lo privado o se le considera como antigualla a superar.
Todo esto, este cambio o revolución cultural, acontece en una situación muy concreta coincidente con una crisis económica como no conocíamos la inmensa mayoría de los que vivimos en esta sociedad nuestra. Esta crisis no está sola. Viene acompañada y ahondada, pues, por una crisis del hombre, de principios y valores morales, y de notable debilitamiento de instituciones tan básicas como la familia, la escuela, la universidad, el mundo de la política y aun de la misma Nación que somos y de su identidad que la constituye y debería hacer de ella un proyecto común, apasionado e ilusionante, y con la capacidad de abrir un gran futuro de esperanza. La humanidad parece que se está acercando de nuevo a un punto donde se acumulan los grandes problemas. Los grandes problemas requieren también grandes soluciones: cambiar el corazón y el pensamiento del hombre, sus criterios de juicio y su mentalidad. Así despedimos un año, y así esperamos el nuevo: con una llamada nada menos que a una viva y honda conversión que penetra el hombre y la sociedad. Que sea muy dichoso y próspero para todos el nuevo año, que para todos sea un aprender el verdadero arte de vivir y desarrollo de un hombre nuevo, verdaderamente nuevo, con la novedad de su verdad, de la que es inseparable la suprema Verdad, Dios-con-el-hombre.
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