Asturias
Un cine incómodo
Algunas voces disidentes empezaron a protestar en las redes sociales cuando saltó la noticia. ¿Príncipe de Asturias de las Artes para Haneke, precisamente ahora? ¿Ahora que ha sido absorbido por el sistema, ahora que ha ganado el Oscar y dos Palmas de Oro, ahora que se permite el lujo de decirle «no» a Brad Pitt, ahora que «Amor» le ha convertido en un cineasta para todos los públicos? ¿Ahora que se ha transformado en un director humanista? ¿Es sensato que el hombre que anunció los agujeros negros de la burguesía condenando a una familia bien a un suicidio colectivo en «El séptimo continente» sea abrazado por el buen gusto como el epítome del cine de autor europeo? Quizá el problema sea categorizar «Amor» como una película accesible, por mucho que los temas que aborde –la vejez, el declive del cuerpo y de la mente, la eutanasia, la soledad definitiva– apunten como una flecha a los corazones de todos nosotros. Lo es tanto (o tan poco) como «Código desconocido», una de sus filmes más radicales, en el que Juliette Binoche, en plano fijo, era torturada en un vagón de metro por un canalla ante la indiferencia general de sus compañeros de asiento. Lo es tanto (o tan poco) como «71 fragmentos de una cronología del azar», cruce de caminos entre el cine de Antonioni y la literatura de Thomas Bernhard que te helaba la sangre con la simple filmación de un partido de ping pong. Lo es tanto (o tan poco) como «El vídeo de Benny», en la que unos padres desubicados intentan ocultar a toda costa que su hijo ha matado a una chica como si fuera un cerdo sin sentir un gramo de culpa. Lo es tanto (o tan poco) como «Caché», con ese pobre hombre que se corta el cuello ante la cámara oculta. Lo es tanto (o tan poco) como «La pianista», con Isabelle Huppert besando en la boca a su madre desesperadamente, en plena noche.
Ahí está el centro neurálgico de su cine: la culpa de la sociedad del bienestar. Ahí hay que buscar la relevancia de su discurso, y su consistencia estética e ideológica. En una declaración de principios que tituló «El cine como catarsis», Haneke declaraba que sus películas pretenden defender al espectador del cloroformo del cine americano, quieren formular preguntas frente a un cine de respuestas fáciles y buscan despertar polémica y debate en vez de un adormecido consenso. Ni siquiera sus más acérrimos detractores, que siempre ponen en primer plano el sadismo de sus métodos formales –tan agresivo como el sadismo que desea criticar, contradicción muy presente en las dos versiones de «Funny Games» y en «La pianista»– pueden acusarle de falta de rigor. Quizá el exceso de rigor sea su principal defecto: la rigidez programática de su irrespirable visión del mundo aplasta la mirada del espectador cuando debería liberarla de los códigos de expresión de sus emociones. Eso sí, nadie sale indemne de ver una película de Haneke. ¿No merece eso un premio?
✕
Accede a tu cuenta para comentar