Julián Cabrera

Un «no» es un «no»

La Razón
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Pedro Sánchez y Albert Rivera no parecen acabar de asumir la tozuda realidad y con su documento bajo el brazo, firmado y doblemente rechazado en dos sesiones parlamentarias de investidura, comienzan a recordar a aquel voluntarioso cruzado de «los caballeros de la mesa cuadrada» de los Monty Python, que tras verse mutilado de brazos y de piernas por su enemigo, todavía le insistía con un ¡no huyas, que aún te puedo morder!

Nada es casual, en primera instancia el líder socialista no pudo ser más reiteradamente claro tras su primer encuentro de hace dos meses con Mariano Rajoy. No iba a establecer ningún tipo de acuerdo, ni siquiera escenificación negociadora con el Partido Popular. Una respuesta de Sánchez al presidente en funciones que se trasladó además, cuantas veces fue necesario, por cada uno de los miembros de la dirección socialista allá donde les preguntaban, «un no es un no».

Pues bien, resulta especialmente llamativo dos meses después, que quien con más firmeza viniera esgrimiendo el término de la negación, no parezca darse por aludido tras haber sido objeto del mayor y más contundente rechazo a una candidatura para ser investido presidente en toda nuestra reciente historia democrática. Pedro Sánchez, tras negarse a hablar con la derecha del PP ganadora en las elecciones, con la que hubiera sumado una mayoría de al menos 213 escaños sin contar a Ciudadanos, cerraba su particular acuerdo para llegar a 130 insuficientes escaños con la formación a la que durante toda la campaña electoral había tachado precisamente de ser «la otra derecha».

Y quien se envolvía en el «no» como bandera, ahora parece ignorar que un «no» rotundo es precisamente lo que por dos veces le dio el Parlamento en su aspiración de llegar a La Moncloa, más allá, tanto Sánchez como Rivera, los dos adalides de un acuerdo insuficiente y abocado al fracaso al menos en lo que a la aritmética respecta –porque sería absurdo negar que en su documento de reformas sí hay puntos realmente aceptables– están dispuestos a seguir vendiendo contra viento y marea el pacto de la derrota, incluso incurriendo en el ya repetitivo y torticero argumento de que Partido Popular y Podemos votan lo mismo, como si coincidir en el rechazo a una determinada oferta fuera una especie de bien articulada «pinza». Resulta cuando menos llamativo que acusen a los populares de votar en consonancia con los abertzales de Bildu los mismos que nunca han dudado en votar en idéntica dirección e incluso llegar a acuerdos puntuales con Bildu en el País Vasco.

La obstinación de PSOE y Ciudadanos por estirar el chicle de su frustrado acuerdo de gobierno, aun respondiendo exclusivamente a muy concretas razones estratégicas en clave electoral, empieza a rayar en lo políticamente antiestético cuando no en lo patético y el documento de marras firmado con todo boato y muerto a las primeras de cambio comienza a semejarse al periplo del cadáver de Felipe el Hermoso por tierras de Castilla; descompuesto, aunque su viuda Juana la Loca no aceptase la realidad.