Alfonso Ussía
Un Nobel bebido
A veces, y por experiencia lo sé, una copa de más se convierte en un problema mayúsculo. Ya lo he contado. Llegó Churchill tambaleante y estropajoso a la sesión vespertina del Parlamento. Su gran enemiga, la temida Lady Asthor, aprovechó la ocasión: «Una lastimosa imagen, Sir Winston. Ha bebido y está borracho». Churchill devolvió la torta. «Y usted es fea. Mi problema termina esta noche. El suyo, durará toda la vida». Lady Asthor no era fácil de derrotar: «Señor Churchill, si yo fuera su mujer, le pondría cianuro en el café». Y Churchill, definitivamente: «Y si yo fuera su marido, me lo bebería». A Churchill, uno de los grandes genios del siglo XX, la copa de más le iluminaba la rapidez y la ironía. Pero en general, ese abuso dipsómano embrutece a la mayoría.
Se enfadan mucho conmigo los embajadores de Noruega cuando me refiero a los Nobel de la Paz. Este premio data de una concesión del Rey de Suecia al Rey de Noruega, y se entrega en Oslo. Este año lo ha recibido la Unión Europea. Premiar a la Unión Europea con el Nobel de la Paz es, como poco, una majadería. Tengo para mí, y no lo suelto, que los miembros del Jurado del Nobel de la Paz sólo beben una vez cada año. El día de la reunión concesionaria. No están acostumbrados, y me los figuro carcajeantes y beodos cuando se sientan en torno a la mesa donde se discuten las candidaturas. De no ser así, no se entendería que un premiado con el Nobel de la Paz haya sido un terrorista como Arafat, un mamarraché amigo de la ETA como el argentino Esquivel, una manipuladora de sus antecedentes como Rigoberta Menchú y una cosa tan grande y desavenida como la Unión Europea. Ahí hay alcohol.
Los noruegos conforman un pueblo avanzadísimo, culto, rico, trabajador y admirable. Y viven en un territorio prodigioso. Mucho me gustaría que los españoles fuéramos tan tolerantes, perseverantes, trabajadores y productivos como ellos. Pero no son cachondos, en el sentido figurativo de la voz. Y mucho me temo que a los miembros del Jurado del Nobel de la Paz los elige un cachondo mental en versión fiordo. El cachondo mental tipo fiordo en nada se parece al español que vive en los entornos de la bahía de Cádiz, por poner un ejemplo de luz. Pero también tienen derecho a contarse chistes, comer con abuso festivo y meterse entre pecho y espalda una considerable dosis de alcohol cuando la ocasión lo merece. Y el Nobel de la Paz es ocasión para pasarlo bien, de «puta madre», como ahora se dice en España, que es expresión popular que me confunde. No existe elogio más generoso que ser un «un tío o una tía de puta madre», y ello enlaza a la perfección con el creciente desconocimiento de la buena educación que en nuestra Patria predomina.
Noruega es una nación de gentes educadas, instruidas, valiosas y sensatas. Pero les falta humor. Algunos lo tienen, a su manera, y esos pocos asumen la gran responsabilidad de otorgar uno de los premios más prestigiosos del mundo, que a la vista de los galardonados, se ha convertido en un premio muy cercano a la gamberrada infantil.
Los estoy viendo. Reunión culminante. Almuerzo compartido, viandas y estallantes bebidas. Y el presidente del Jurado que pregunta: ¿A qué tonto, a qué terrorista, a qué embaucador, a qué falsificador, a qué organismo enfrentado, a qué asesino con cara de bueno o a qué leches le damos el Nobel de la Paz?
Y claro, ahí están los resultados.
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