Restringido
Un respeto, señores
Aristóteles en su «Ética a Nicómaco» consideraba el respeto como un elemento de justicia distributiva. El respeto es además una característica de la civilización. Respeto a las personas, pero también respeto a los símbolos, especialmente cuando esos símbolos se encarnan en personas.
Maltratar los símbolos es el primer paso para después maltratar las ideas, los valores y finalmente a las personas. En nuestra joven democracia los socialistas hemos tenido al frente del gobierno a dos hombres, Felipe González y José Luis Rodríguez Zapatero. Ambos forman parte de esos símbolos del socialismo español en los que todos los socialistas nos reconocemos. Ésa es la razón por la que muchos socialistas se han sentido sorprendidos, dolidos e indignados con el trato que se le ha dado al presidente Zapatero en la conferencia del pasado fin de semana.
Mal haremos los socialistas si negamos la consideración y el reconocimiento a quienes nos han representado, no sólo porque nos estaremos negando a nosotros mismos, sino porque estaremos quebrando nuestra cultura.
María Moliner define cultura en una de sus acepciones «como conjunto de valores compartidos por un grupo social que son favorables al hecho que se expresa». En este sentido, los socialistas españoles hemos construido un acervo de valores que se sustancian en la lealtad, el respeto y la responsabilidad.
No es más leal el que se somete ante el superior jerárquico cuando es poderoso y le desprecia y le aparta cuando abandona la jefatura. Sin duda, lealtad es debatir con él las contradicciones que deben ser resueltas democráticamente, y respetar es reconocer el liderazgo que encarna el proyecto político, en tanto ostenta el poder, como si deja de tenerlo.
El respeto y la claridad ideológica son también pilares de la convivencia democrática. Por eso es imposible socialdemocracia sin el republicanismo.
Pero el republicanismo es un cuerpo de pensamiento político que nada tiene que ver con la Jefatura del Estado; ese no es debate que debe plantearse un socialdemócrata. Nadie duda de que una sociedad organizada políticamente como Suecia es mas «republicana» que Corea del Norte.
El contenido esencial del republicanismo es el sometimiento de todos a la Ley, porque solo las leyes evitan la discriminación y los privilegios, que son la otra cara de la moneda de la desigualdad. Sólo el sometimiento de todos a la Ley asegura la igual libertad a las personas y, por tanto, promueve el pleno desarrollo de los seres humanos.
Es evidente que cualquier gobierno, ya sea de una institución o de una organización cualquiera, requiere de sus responsables cierta discrecionalidad a la hora de actuar y tomar decisiones. Ahora bien, la línea que separa la discrecionalidad de la arbitrariedad es muy delgada y entraña muchos peligros.
Quien ostenta el poder puede verse tentado a situarse por encima de la norma que es de obligado cumplimiento para los demás. Entramos en el campo de la arbitrariedad y del capricho, que es enemigo principal de la libertad.
Precisamente mantenerse sin transgredir esa frontera es lo que diferencia a los ciudadanos de los súbditos. Sin lealtad no puede haber ciudadanía, pero la lealtad debe ser mutua entre quien ostenta el poder y quien es gobernado, y entre ambos y la Ley. Si esta condición falla, ya no existe lealtad, se trata de sometimiento, y ya no habrá ciudadanos, habrá súbditos.
Por eso mismo, la tradición de la socialdemocracia no es la de la obediencia, eso es más propio de la sumisión, la cultura del socialismo democrático es la de la responsabilidad, que se adquiere después de la reflexión y que comporta actitudes leales de abajo arriba y de arriba abajo.
La práctica del «respeto debido» frente a la «obediencia debida» es la mejor garantía de evitar la arbitrariedad y aunque parezca un camino más largo, sin duda es el único camino admisible.
Respeto como reconocimiento público no solo de nuestras ideas, sino también de las personas que las simbolizan.
Y lo que vale para una organización vale para toda la sociedad. Es hora de construir un país que no mate sus símbolos, sino que se reconozca en ellos más allá de las discrepancias, un país que respete a sus instituciones y a quienes las representan, y especialmente a quienes las representaron. Eso es también hacer historia.
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