Marta Robles
Una de asistentas
Sí, es verdad. Entre las asistentas las hay malas personas, como las hay rubias, morenas y pelirrojas. Pero sobre todo las hay buenas, entregadas, profesionales y con una capacidad de aguante que siempre me ha llamado poderosamente la atención. ¿O acaso alguien piensa que es sencillo trabajar en una casa como si fuera la propia, pero en la que, salvo contadas excepciones, se recibe el trato de una extraña de tercera categoría? Sí, es cierto, hay asistentas ladronas, delincuentes y hasta asesinas pero ¿qué haríamos sin todas las demás? ¿Qué haríamos sin las que se encargan de nuestros hogares, de nuestros hijos y nos posibilitan nuestro desarrollo profesional en esta sociedad nuestra donde la conciliación social y laboral no es más que un puro espejismo? Es cierto que las relaciones con las asistentas no son fáciles. Existe demasiada intimidad. Saben demasiado de nosotros y habitualmente por miedo, por desconfianza o por vergüenza, nosotros solemos saber poco de ellas. Es una relación desigual en la que se cruzan muchas mentiras, que vuelven a las partes demasiado vulnerables. No es fácil trabajar en la casa de otro y desempolvar cada día sus secretos y su miedo a ser descubierto. Y no es fácil dejar esos secretos en manos de un desconocido que nunca se sabe si un día los utilizará. Y sí, que hay que ser cuidadoso y no meter a cualquiera entre las paredes que nos cobijan; pero conviene saber que, en general, se trata de buenas personas a las que hay mucho más que agradecer que reprochar. Por eso cuidado con las asistentas, sí. Pero, asistentas, cuidado con los señores, si no os respetan no merecen vuestros servicios.
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