Marta Robles
Una de cordones
Marchando una de cordones umbilicales. Esos cuya sangre parece tan milagrosa como para asegurar a sus propietarios cuando nacen, que podrán librarse de algunas temibles enfermedades en el futuro. Esos que los padres con posibles –incluidos los Reyes de España– guardan en otros países porque aquí la ley no les garantiza su propiedad. Los cordones umbilicales de los recién nacidos en España han de ser para todos y no se permite que haya quien quiera guardar los de sus hijos, por si el día de mañana los necesitan. Al banco de cordones con los demás y a esperar turno en el caso de que se requieran. Así lo determinaba la legislación hace tiempo y si alguna modificación posterior llevo a que alguna empresa pensara en almacenar esos cordones a particulares, previo pago, ya se ha vuelto a determinar lo contrario. ¿Por qué? ¿Acaso se considera falta de solidaridad? Además de que la solidaridad debe ser absolutamente voluntaria, parece haber ciertas contradicciones en este asunto. ¿Si hay que entregar obligatoriamente a la sociedad los cordones de los recién nacidos, no habría que hacer lo propio a la muerte con todos los órganos que podrían igualmente salvar vidas y curar dolencias? ¿Si las donaciones del resto de nuestra carne y sangre son libres, por qué han de ser obligatorias las entregas de cordones? Posiblemente, si se permitiera hacer de otra manera, habría empresas españolas que se lucrarían al guardar esos cordones, pero ¿acaso eso es pecado? Porque al no consentirse, las que sacan partido son empresas extranjeras... Supongo que la Ética de todo esto es compleja, pero algo es seguro: no habrá legislación que impida que, quien pueda, preserve la salud de sus hijos.
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