José María Marco

Una nación vertebrada

Si no fuera por la triste suerte de la hermana Chantal Pascaline Muttwameme, que fue imposible traer a nuestro país porque no tenía la nacionalidad española –como ocurrió con la hermana Paciencia Melgar– , todo lo que ha rodeado la repatriación de Miguel Pajares y Juliana Bonohoa hubiera resultado absolutamente positivo. Ha puesto de relieve la generosidad de compatriotas nuestros, que arriesgan su vida para ayudar a los demás y, en la medida de lo posible, contribuyen a difundir una fe pacífica, tolerante y volcada en el servicio. También ha revelado flexibilidad e instinto político para tomar decisiones difíciles y complejas. Los servicios diplomáticos, militares y sanitarios han realizado un trabajo admirable, con diligencia y valentía. A consecuencia de todo esto, la hermana Juliana está a salvo y el hermano Miguel, en la senda de la recuperación en un hospital español.

Una vez más, España ha dado ejemplo de cómo se hacen las cosas. Como informaba LA RAZÓN, ha habido varios países interesados en entender el proceso –muy complicado, conviene recordarlo– que ha culminado con tanto éxito. Ha habido polémicas, como era de esperar. Una parte, inevitable, ha sido de orden político, y ha permitido que se retrataran Izquierda Unida y UPyD, esta última empeñada en hacer la competencia a la izquierda más extrema. Esperemos que en estos días que aún quedan de vacaciones comprendan su equivocación. Otros debates han sido más difusos. Parecen haber prendido a raíz del miedo que suscita el ébola, una enfermedad un poco postmoderna, por los miedos apocalípticos que suscita y por su carácter inevitablemente transfronterizo.

Esta última polémica no ha sido del todo irrelevante, por mucho que parezca desmedida o trivial. Permite comprender lo que ocurre en situaciones en las que las personas se sienten inseguras y poco respaldadas por las instituciones. Es el reverso exacto de la actitud que consiste en hablar de «este país» o de «los españolitos», en despreciar a nuestros compatriotas y en creer que somos superiores a quienes nos rodean. El mejor remedio contra esta fanfarronería que intenta disimular complejos, miedos e inseguridades, es que las instituciones funcionen, que hagan visible lo que nos une y que demuestren la articulación profunda de la sociedad en la que vivimos, aquello que nos permite saber que estamos dispuestos a ayudar a los demás cuando nos necesitan. Ni el Estado ni la nación española son abstracciones políticas. Consisten precisamente en eso. Y casos como el de los hermanos Juliana y Miguel demuestran su consistencia.