Alfonso Ussía
Una sonrisa
Hace muchos años, el CAT –Centro de Atracción y Turismo– de San Sebastián realizó una campaña en pro de la amabilidad y cortesía en la circulación vial. Los trolebuses, autobuses municipales, taxis y coches de San Sebastián llevaban una pegatina con un mensaje positivo: «Iripar eguizu arren. Sonría, por favor». No sirvió de mucho, pero la buena intención no faltó. Resulta extraño que me haya acordado de los trolebuses de San Sebastián y su invitación a la sonrisa al ver de nuevo imágenes de Tohil Delgado, de quien dicen es el máximo dirigente del Sindicato de Estudiantes. Algunos de sus compañeros de instituto recuerdan que ya en 1986 organizaba manifestaciones, y así parece seguir en 2013, con 17 años de diferencia, aunque en los últimos cuatro años no se ha matriculado. Es decir, que por coherencia, su sindicato habría de denominarse de «estudiantes sin matrícula», y de ahí, probablemente, lo de los trolebuses de San Sebastián.
Pero a mí lo que me preocupa de este maduro muchacho es el gesto de su semblante, permanentemente torturado por una sequedad que no puede ser natural. O Los Reyes Magos le trajeron carbón cuando era niño, o no se entiende tanto rencor concentrado en su mirada. No existe documento en el que aparezca sonriendo. Para mí, que viendo la película «Doctor Zhivago» se dejó influir por el camarada Strelnikov, el líder estudiantil que termina matando a los que no opinan como él. Pero el guión cinematográfico justifica su permanente enfado. Su novia, Lara, se la pega con el cínico Komarowsky y con Yuri Zhivago, y en aquellos tiempos y en aquella Rusia, los cuernos se llevaban fatal. Stalin, que con seguridad será uno de los grandes ídolos y referencias de Tohil Delgado, sonreía mucho. Y del otro lado, también lo hacía Hitler cuando besaba a los niños de los Goebbels. El anhelo de la tiranía, ya sea de izquierdas o derechas, no está reñido con una sonrisa de cuando en cuando. Los últimos dirigentes de la URSS, Breznhev, Chernenko y Andropov se tomaron la vida como Tohil, alejados de la sonrisa. En cambio Gorbachov se ganó la simpatía del mundo libre porque abrió las puertas de la libertad con sonriente pragmatismo. Tohil Delgado, estoy convencido, se planta todas las mañanas ante el espejo para ensayar gestos de gran fiereza, y al cabo de tantos ensayos, ha conseguido su propósito. Están perfectamente estudiados su gesto y su vestimenta, y alguien le ha dicho que un dirigente de la izquierda extrema no puede sonreír bajo ningún concepto porque la sonrisa es un desahogo burgués.
Si Tohil tuviera los mismos años que sus ideas, ya habría cumplido el siglo de vida. Y no aparenta tan prolongado paso por este mundo. Lleva a su lado siempre a una chica muy revolucionaria que tampoco sonríe, porque en el sindicato se prohíben esas frivolidades. No se le exige al dogmático estalinista sentido del humor. Sí, una cierta apariencia cordial. Debe saber Tohil Delgado que las sobreactuaciones ensayadas promueven más la risa que el espanto. Más aún cuando sus convocatorias fracasan estrepitosamente, como va siendo habitual en los últimos tiempos. Un universitario de izquierdas no se toma en serio a un dirigente que lleva cuatro años sin matricularse, y que para colmo, es antipático, hermético y fanático. Un tostón de tío, en una palabra.
Le deseo, de corazón, alivio en su resentimiento.
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