José María Marco
Unanimidades
El pasado diez de diciembre protestaron vía telefónica los rectores de las cincuenta (¡50!) universidades públicas. Hubo unanimidad, como parece haberla en las protestas de los colectivos judiciales contra las reformas de Ruiz-Gallardón y como la hay en la «lucha» de quienes dicen defender la Sanidad pública.
Este retorno del «todos a una» pretende devolvernos a los tiempos de las grandes movilizaciones contra la derecha, al principio de este siglo y del anterior. Para explicar la situación, se ha aducido que al Gobierno le ha faltado algo de voluntad de negociación. Es posible, porque nunca en democracia se está lo bastante abierto al diálogo, aunque no hay por qué poner en duda que los responsables ministeriales están, como dicen una y otra vez, abiertos al diálogo. Quizás tanto como eso haya faltado en los responsables gubernamentales la capacidad para graduar la acción en función de quienes son sus adversarios casi irreconciliables y los que son sus posibles aliados. El PP siempre ha tratado mejor a los primeros que a los segundos. A estos los ha ignorado, los ha despreciado o incluso los ha servido en bandeja a los primeros. A lo mejor ha llegado la hora de pagar esta debilidad, por así llamarla.
También es posible que con las reformas de la administración y del sector público, haya llegado el momento de los grandes enfrentamientos. Mientras las reformas se han hecho sobre el sector privado (que sostiene al resto, dicho sea de paso) las resistencias no han creado grandes fricciones. Es muy distinto cuando se trata de reducir y cambiar los usos de las administraciones, de las empresas públicas, de la enseñanza o de la medicina. Son mundos cerrados, en los que se defienden privilegios y en los que poca gente se atreverá a situarse en contra de la corriente mayoritaria: las represalias son feroces y es fácil el recurso a la amenaza, eficaz casi siempre. Así que reina la unanimidad en «la lucha».
La gran novedad consiste en que no parece probable que el frente unido del sector público vuelva a concitar demasiadas simpatías en la sociedad civil. Ésta ha hecho y sigue haciendo demasiados sacrificios, sin que nadie en la esfera pública haya movido un dedo por ella. La chantajean, eso sí, y la utilizan de moneda de cambio. En este aspecto, y aunque la unanimidad es innegable, las gloriosas movilizaciones de las que hablaba antes parecen irrepetibles. Si es así, sería un cambio profundo en la naturaleza política de nuestro país.
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