Religion

Unidos en el martirio

La Razón
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El 25 de enero es un fecha significativa para todos los cristianos que sufren el drama de la desunión de quienes ,compartiendo la misma fe en Jesucristo, viven en Iglesias diferentes y en tiempos pasados adversarios. Ya hace más de un siglo que surgió un movimiento intereclesial cuyo objetivo es superar esa separación y es lo que hoy conocemos como ecumenismo. En 1960 el profético Juan XXIII creó el Secretariado para la Unidad de los Cristianos que, después de la Reforma de la Curia de san Juan Pablo II, se llama Pontificio Consejo para la promoción de la Unidad de los Cristianos. Como todos los años, ese día, en el que concluía la 51ª Semana de Oración por la unidad de los Cristianos, Francisco presidió en la Basílica de San Pablo «extra muros» una solemne celebración litúrgica en la que estuvo acompañado por altos representantes del Patriarca Ecuménico de Constantinopla, del Arzobispo de Canterbury Primado de la Iglesia Anglicana, así como de las principales iglesias y confesiones cristianas. Después del cántico de Vísperas y del rezo en común del Padrenuestro, el Papa impartió a todos los presentes la bendición junto a sus huéspedes. En su homilía Bergoglio insistió en lo que ha venido llamándose «ecumenismo de la sangre» o la «unidad en el martirio». Evocó la muy alta cifra de cristianos que cada año son ejecutados sólo por proclamarse seguidores de Jesús. «Cuando su sangre es derramada –dijo– aunque pertenezcan a confesiones diversas , se convierten todos juntos en testigos de la fe, mártires, unidos en el vínculo de la gracia bautismal». El papa latinoamericano ha recordado otras veces que el camino que deben emprender católicos, protestantes y ortodoxos para reencontrar la unidad pasa no sólo ni principalmente a través del diálogo teológico. Las comunidades cristianas deben olvidar sus divergencias y no luchar las unas contra las otra para «robarse» fieles; hay que buscar la unidad no en la uniformidad sino en la diversidad como expresión de los dones del Espíritu Santo y sobre todo actuar juntas en ayuda de los más necesitados. Cuando esa entrega lleva al derramamiento de la propia sangre nos encontramos con el máximo testimonio del amor que, a ejemplo del Señor, dio su vida por todos nosotros.