Juegos Olímpicos

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Unificados

La Razón
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Lo que el deporte une, que no lo separe el hombre. Palco del estadio olímpico de PyeongChang; muy próximos entre sí, el presidente del COI, Thomas Bach; el de Corea del Sur, Moon Jae-in; el vicepresidente de Estados Unidos, Mike Pence; el presidente honorífico de Corea del Norte, Kim Jong Nam, y Kim Yo Jong, hermana de Kim Jong-un, el líder norcoreano que debió seguir la ceremonia desde casa, por televisión, entre emocionado, por la unificación deportiva de las dos Coreas, y tentado de apretar el botón rojo porque su paranoia armamentística no conoce fronteras. Para el personal de protocolo que organizó el palco, matrícula de honor.

La ceremonia inaugural siguió las pautas de los últimos Juegos de verano, cuyo guión de apertura lo rompió la Fura dels Baus en el impactante y rupturista espectáculo de Barcelona’92, cuando Albert Boadella, presidente de Tabarnia, podía caminar por las calles de la Ciudad Condal sin que le insultaran y firmando autógrafos. Después aparecería Zhang Yimu en Pekín’2008 para transformar definitivamente estos acontecimientos en una exhibición audiovisual sin parangón, que Danny Boyle enriqueció en Londres’2012. Los surcoreanos han echado el resto. Les quedó una ceremonia muy atractiva, y muy televisiva, donde no faltó el friki de turno, Pita Taufatofua, abanderado de Tonga, que a dos bajo cero desfiló con faldas y a lo loco, con el torso desnudo y chanclas. La delegación española la encabezó el «rider» Lucas Eguibar y los 168 deportistas rusos desfilaron con la bandera del Comité Olímpico Internacional, como si Rusia no existiera, por haberle cogido el gustirrinín al dopaje de Estado. Mucha paz.