Pedro Narváez
Universos para lelos
Las últimas sesiones del Parlament nos han dado las lecciones de física que siempre nos escamotean los documentales. Si uno reduce el volumen de la televisión e imagina esa locución que ya nos dice por inflexión de voz que estamos descubriendo el mundo, se encuentra con la explicación jamás ejemplificada con imágenes de la teoría de los universos paralelos. Artur Mas entró por un agujero negro y vive, como el gato de Schrödinger, en otra dimensión que no es más o menos irreal que éste, sólo que en una está muerto y jamás podrá encontrarse con sí mismo.
Dentro de la dificultad que la cuántica exige se entiende mejor una suposición científica, avalada no ya por el Tribunal Constitucional sino por eminencias como Stephen Hawking, que la que los medios trasladamos a los ciudadanos ya que esta última implica una racionalidad que no se atisba en el sujeto con lo que habría que concluir locura transitoria o intrínseca maldad y parece que el jurado popular no encuentra unanimidad. Fíjense en la tercera vía que proponen los Pablo Iglesias, hechizarlos de amor como si fuera la serpiente de «El libro de la selva». Explicar lo inexplicable se vuelve cada día que pasa muy complicado. Una absurda pregunta nos lleva a otra hasta que los interrogantes se acumulan en una espiral que acaba siendo un mal chiste o un tratado dadaísta según quien lo relate.
En esta frontera de lo desconocido me he topado en mi incultura científica con la física y el agujero se volvió blanco, impoluto como calva de Romeva. Existe pues otro universo para lelos en el que Mas es president, toda la comunidad internacional reconoce la independencia y el dinero para financiar la nueva república cae de las esteladas respetando, eso sí, la ley de la gravedad y la del 3 por ciento que al final cae por su propio peso incluso sin la intervención de Newton. De lo que aún no da muestras el gueto independentista del Parlament es de que se han equivocado de agujero y que reciben respiración asistida en un mundo equivocado en el que hacen el ridículo según la también reputada teoría del mamarracho, aplicada por cualquier español a su propio entorno y que consiste en transformarse en chirigota sin que aún sea tiempo de carnaval. O ser el finado en el entierro de otro.
Ahora que se lleva tanto meter alcachofas en las barras de los bares como termómetro de lo que piensa la «gente», ese misterio de la nueva política que se exhibe tomando cañas, lo que se palpa, sin ninguna evidencia científica, más que alarmismo es estupefacción ante un títere con cachiporra que suceda lo que suceda siempre será un villano que no pasaría el primer casting de una operación triunfo de malos de James Bond.
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