Lucas Haurie

Urnas y minaretes

Ségolène Royal, heredera de la sempiterna fascinación de la izquierda por cualquier excrecencia antioccidental, preguntó a Nicolas Sarkozy en el debate previo a las presidenciales de 2007 sobre su oposición a la integración de Turquía en Unión Europea. Recibió una obviedad por respuesta: «Porque Turquía, como Canadá o Australia, no está en Europa». Por desgracia, no sólo hablaba de geografía. Aunque todavía no había enseñado mucho la patita, entonces ya llevaba cuatro años gobernando el país Recep Tayyip Erdogan, primer ministro desde 2003 y presidente recién electo que amenaza con islamizar la gran república laica de Ataturk. Los analistas ignoran si su Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP) se ha ido radicalizando con el tiempo o disimuló su verdadera condición mientras tomaba todo el poder mediante microgolpes de estado. En Estambul aún sigue habiendo chicas con minifalda, pero caminan con ojos en la nuca por si aparece una partida de barbudos dispuestos a apalearlas. Al otro lado del Bósforo, la sharia se extiende como mancha de aceite. Gracias a Sarkozy y sobre todo a Alemania, que tiene a más de dos millones de turcos en su solar, la UE no acogió al régimen de Erdogan, que encontró en Zapatero y Moratinos a los más entusiastas valedores de su causa. Parieron en comandita aquel engendro de la Alianza de Civilizaciones. Qué sarcástico: el campeón del feminismo amigado con el premier que tiene en su Gobierno a un ministro que exhortó a las mujeres a no reír en público, lo que considera una provocación inaceptable. Con semejante becerro nos quiso coaligar nuestra izquierda desnortada, a la que faltan cinco minutos para condenar las operaciones punitivas de Obama contra los psicópatas del ISIS. A quienes en Irak, igual que al islamismo turco tanto en el campo de batalla como en las urnas (Selahattin Demirtas), apenas si plantan cara los kurdos. Como en Egipto, la solución vive en los cuarteles. Es lo que pasa cuando la campaña electoral se dirige desde los minaretes.