Alfonso Ussía
Vacas
De cuando en cuando, sin abusar, resulta imprescindible y hasta obligatorio escribir de vacas. No entiendo el interés que despiertan los políticos, los corruptos y los tontos, y la poca expectación que rodea a las vacas. Hace años, en Cabárceno, una vaca y un hipopótamo protagonizaron la más hermosa de las historias de amor, y pasó desapercibida. Cabárceno es, con toda seguridad, el zoológico libre más conseguido de España. Fue una apuesta arriesgada de Juan Hormaechea. Los políticos pasan y las obras quedan. En un prado adyacente a Cabárceno pastaba y se aburría una vaca limusina. Ganado de carne, que ha sustituido el dibujo en blanco y negro de las vacas de leche, tan abundante en La Montaña decenios atrás. Detrás de la valla protectora, un hipopótamo macho se aclimataba a su nuevo paisaje. Y una tarde rompió la valla y acudió a chicolear con la vaca. El amor nació inmediatamente. El propietario de la vaca y del prado no vio con buenos ojos las relaciones de su limusina, y avisados los servicios de seguridad, se llevaron al hipopótamo a otro rincón de Cabárceno, alejado del prado de la vaca amada. El hipopótamo dejó de alimentarse, y la vaca no volvió a pastar. Falleció ella, menos resistente. Y el hipopótamo viudo, dos semanas más tarde, dobló la servilleta. Lo malo de las historias reales entre animales de diferentes especies es que no está Walt Disney para diseñarles un final feliz.
En su página del desaparecido semanario de Eugenio Suárez «Sábado Gráfico», Antonio Gala, que aún no le había tomado tanta antipatía a la Iglesia y a Israel, escribió un artículo, «Castilla Arriba», delicioso, y lo principiaba con las vacas. «Cuando estoy en los valles de Santander, tan muelles, tan jugosos, tan impecablemente verdes, me asaltan dos temores: Que si respiro fuerte, me tragaré una vaca y que si me siento en un sitio un cuarto de hora más de la cuenta, me crecerá la hierba a mí también». Lo cierto es que el bajo precio de la leche y la posterior crisis económica han transformado la vida animal de los prados y brañas de La Montaña. Han desaparecido muchas vaquerías de leche y han sido suplantadas las vacas por limusionas y tudancas, estas últimas, de gran belleza, muy receptoras del cariño de los montañeses y de menguada utilidad. Y en los prados de Campóo, los altos de Palombera y el Puerto del Escudo, aquellas vacas se han convertido en caballos, en centenares de caballos condenados a ser carne más asequible para los bolsillos modestos. Todo el descenso de Reinosa hasta el lecho de Los Corrales de Buelna, el de Palombera hasta el de Cabuérniga y el del Escudo hasta el de Toranzo, está animado a izquierda y derecha por airosos caballos que han ocupado el lugar de las vacas. Gala describiría hoy su primer temor: «Que si respiro fuerte, me tragaré un caballo».
El amor del montañés ganadero y la vaca de leche no se ha dormido, y aún resisten muchas vaquerías que devuelven a la Montaña su dibujo tradicional. La limusina pasta y no necesita de excesivos cuidados. Como la tudanca y el caballo. Pero cada vaca lechera supone una obligación diaria, y un centenar de ellas, la esclavitud de cien deberes a cumplir cada día. El hipopótamo de Cabárceno pudo amar a su vaca limusina porque nadie la retiraba del prado. A las vacas lecheras, llegado el atardecielo, se las llevan a ordeñar, y ese detalle podría haber sido fatal para el mantenimiento del efímero y apasionado amor del pobre hipopótamo viudo.
Aquí, en Ruiloba, mi pueblo, existe una importantísima vaquería y explotación lechera en su salida hacia Liandres. Cuando paso por sus predios, siempre me detengo y observo el trajín del ordeño, mecánico y también azaroso. Es un trabajo duro, de ahí el dicho «eres más pesado que una vaca». La vaca de leche es triste y poco expresiva. La limusina, malhumorada. Parece que está a lo suyo cuando de reojo mira cuanto sucede en su entorno. He corrido en más de una ocasión huyendo de ellas en el Pozo Salado de Caviedes, escapando a duras penas de la estampida de las vacas de los Cofiño. Y la tudanca es tranquila, pero ello no significa que sea de fiar. Es la más generosa en pitones, y he visto corridas de toros con pitones menos poderosos que las vacas genuinas de La Montaña. Para mí, que los representantes de José Tomás y de Morante las rechazarían para una corrida en Nimes.
Como habrán apreciado, escribir de vacas es más agradable que hacerlo de los Pujol. Y de hipopótamos también. No se trata de otra cosa que hacerlo de paisajes metidos en el alma, amores insólitos y devoción por una tierra.
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