Cristina López Schlichting

Valencia contra el hambre

La Razón
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Era el leitmotiv de las campañas de caridad de nuestra infancia. Paliar el hambre en el mundo ¿Cómo es posible que sigamos igual? 800 millones de personas pasan hambre. La humanidad jamás tuvo la capacidad actual de fabricar alimentos: podemos garantizar pollo barato a las masas, la leche más conservada, producción agrícola intemporal. ¿Entonces? Hay 20 países famélicos, en su mayoría en el cinturón subsahariano y en Asia. Burundi, Eritrea y Haití van a la cabeza de esta siniestra lista y, detrás, los enormes India y Nepal. Como Asia está superpoblada, dos tercios de las personas hambrientas están allí. En cambio, las naciones con mayor porcentaje de personas desnutridas están en África. Uno de cada cuatro habitantes.

El rostro más doloroso de esta lacra son los niños. La mitad de los menores de cinco años que mueren en el mundo lo hace simple y llanamente por hambre: más de tres millones de críos. Otros 100 millones están desnutridos y bajos de peso: eso significa que crecerán poco y que su desarrollo físico e intelectual se verá afectado. En definitiva, que las generaciones futuras estarán menos dotadas para sacar el país adelante. Es un círculo vicioso.

Los lectores desearían, como yo, llenar aviones de pollos y leche, de pepinos de Almería o jamones extremeños y sembrar el mundo, pero al parecer no funciona así. El cuadro del hambre es prevalente en zonas agrícolas pobres, donde las cosechas se pierden frecuentemente por las sequías, las inundaciones u otras catástrofes. Esta semana, por ejemplo, el huracán que acaba de asolar Haití de nuevo. Los campesinos no pueden ahorrar ni prevenirse frente al desastre de turno que, temporada tras temporada, los deja sin nada. Cuando tiran la toalla se van a los suburbios de las ciudades, a mendigar. Así que el problema es de canalizaciones de agua, tierras adecuadas y energía. Se me escapan todos lo flecos del asunto, pero parece tener mucho que ver con ingeniería.

Sea lo que sea, de veras que no entiendo que no hayamos sido capaces de solucionarlo. No hay nada peor. El cardenal Antonio Cañizares y la Universidad Católica de Valencia han decidido poner su granito de arena. De jueves a sábado próximo hacen un congreso internacional sobre alimentos y hambre en el mundo, con dos premios Nobel entre los ponentes, Richard John Roberts y Werner Arber, empeñados ellos mismos en esta batalla. No podía dejar de reseñarlo. Como madre, conozco la angustia por las enfermedades de mis hijos, el temor a perderlos. No hay nada más doloroso que la muerte de lo que nace de las entrañas. Imaginar la impotencia de una mujer ante el lento agonizar de un crío me desespera. Esos ojos gigantescos, esas cabezas desmesuradas, esos pechos de mero esqueleto sobre los regazos extenuados de quienes lo han perdido todo por la sequía me dan una vergüenza espantosa. Enhorabuena al cardenal Cañizares y que el congreso de Valencia tenga éxito. Que no me muera sin poder escribir sobre el final de este espanto.