Alfonso Ussía

Velódromos

Pasear por Madrid se ha convertido en un ejercicio de riesgo. Los ciclistas de acera son los culpables. Pedalean a pastilla frenética. Algunos esprintan. Avisan con el timbre cuando el viandante ya no tiene posibilidades de evitar el atropello. He estado a diez centímetros de ser llevado por delante por una bellísima mujer con vocación de Indurain. Para colmo, se ha sentido molesta con mi educada protesta. – No veo lo que viene por detrás de mi, señora, no soy una becada o chocha común–. Ha oído mal, ha interpretado que le llamaba «chocha común», y a punto ha estado de arrearme un guantazo.

No soy un gran aficionado al ciclismo. Me interesan las grandes etapas de montaña del «Tour» y de la Vuelta. El resto es un rollo. Personas de muy apreciable inteligencia y cultura enloquecen con el deporte del pedaleo. Rajoy, por ejemplo, y Luis García Berlanga, al que Antonio Mingote le afeaba tan extravagante afición. Mingote le dedicó un dibujo genial. Se veía a dos ciclistas profesionales ascendiendo por una carretera de alta montaña en la Vuelta a España. Pedaleaban derrengados, con la lengua a la altura del manillar, sudando la gota gorda. Entre ellos, sonriente, con la gorrilla al revés y con una bicicleta nada deportiva en cuya parte anterior llevaba encajado un cajón en el que se leía «Helados», el heladero les decía a los profesionales del pedal: –Un momento, que voy al pelotón de cabeza y ahora vuelvo–.

Con Ricardo Escalante sigo al completo, allá por julio, la etapa del Alpe D´Huez, esa montaña brutal que Ricardo subió en su cercana juventud. Pedaleaba ufano cuando fue adelantado por una chica de Reinosa que le sacó en la cima catorce minutos de ventaja. Abandonó el ciclismo y se dedicó, con su cuñado Manuel Jesús, al coleccionismo de jarrones de cristal de Murano, realmente espantosos. Y a los árboles, claro, que es lo suyo.

Pero jamás circuló por las aceras. En esta época previa a la Navidad, las aceras de las calles comerciales de Madrid son espacios de alto riesgo. Para intentar llegar a Nochebuena o Reyes en perfectas condiciones físicas, es conveniente realizar las compras en establecimientos comerciales situados en tramos de subida. Jamás en sectores llanos. Lo malo de los tramos de subida es que algún ciclista urbano lo puede interpretar como tramo de descenso, y en ese caso, lo único que resta es encomendarse a la Virgen y los santos para no ser arrollado por los usuarios de bicicletas urbanas. No me refiero a las que alquila el Ayuntamiento, que más de la mitad no funcionan, sino a las particulares, rápidas y silenciosas.

Además, el ciclista no precisa atropellar a nadie para provocar un accidente. Un ciclista urbano que cae sobre la acera, por lo normal rebota. Y es en el vuelo efímero del rebote cuando su cuerpo puede tropezar con el ciudadano portador de bolsas que contienen regalos envueltos con papeles navideños. Se podría escribir un triste relato de Navidad al respecto, pero sería un cuento triste, una narración melancólica. La familia que se queda sin regalos por un atropello en el chaflán que comunica la calle de Don Ramón de la Cruz con la de Lagasca, que es chaflán de altísima concentración de accidentes. Tiene poca visibilidad y cuando el paseante se topa con el ciclista, el golpe está asegurado.

Porque el ciclista urbano no abusa del uso del timbre, que está para eso, para avisar de su llegada. Se dice que los de «Podemos», si llegan a gobernar, están dispuestos a perseguir a los ciclistas imprudentes con severas penas de cárcel o trabajos forzados en campos de concentracion.

No hay mal que por bien no venga.