Restringido
Viaje a ninguna parte
La campaña electoral en Cataluña está sacando lo peor del nacionalismo y, desgraciadamente, estamos comprobando que es mucho. No deja de sorprendernos día a día. El último atropello es la decisión del Consejo Audiovisual de Cataluña de investigar las informaciones que emitirán TVE, Telecinco y Antena 3 sobre la campaña electoral catalana. La utilización de los medios de comunicación públicos catalanes llega a extremos escandalosos, pero ahora quieren ejercer el control más allá. No sé si una decisión política puede aglutinar más elementos antidemocráticos.
En primer lugar, el organismo catalán no es competente con cadenas de ámbito estatal, sólo tiene autoridad sobre el territorio catalán. Por tanto, es una intención que no se ajusta a la legalidad. Llama la atención el celo que tiene siempre el Gobierno de la Generalitat velando por que el Estado no invada un ápice sus competencias y la laxitud mostrada en la invasión en este caso de las competencias estatales. Además, es de extrañar que, ante el trabajo acumulado que sí es de su jurisdicción –se puede comprobar fácilmente viendo los informativos emitidos por TV3–, quiera aumentar su carga de trabajo cuando no llega a cumplir unos estándares mínimos en el que tiene ahora mismo.
Pero además de la falta de legalidad, la decisión rompe con todos los principios filosóficos democráticos. La arbitrariedad tiene como consecuencia la ruptura de la igualdad. Se permite la libertad de expresión a unos con la única condición de que esa opinión sea coincidente con el partido de gobierno catalán; sin embargo, los demás sufrirán la censura.
El anuncio del Consejo Audiovisual tiene un matiz intimidatorio, porque anticipa el reproche, la condena y la censura a los medios de comunicación a los que dirige su acción. La intimidación es una cuestión que empieza a convertirse en una constante en las acciones del nacionalismo y que hace cundir el hartazgo en la mayoría de la sociedad. Desde la convocatoria del fallido referéndum hasta el intento de convertir en un plebiscito las elecciones autonómicas llevan la pátina de la intimidación.
Desde la atalaya del separatismo no sólo se desprecia la democracia, se tergiversa el sentido de los procesos electorales, se instrumentalizan las instituciones y se hace patente el desprecio por los ciudadanos, que son considerados menores de edad, decidiendo el sanedrín que vela por la pureza de la idea de nación catalana qué información puede llegar a los hogares catalanes y qué información está vetada.
El mensaje único, proselitista practicado con un dominio férreo de los medios de comunicación y practicando la censura con las voces disidentes no es propio de regímenes democráticos. Si el Sr. Mas sostiene que en Cataluña hay una mayoría independentista no debería tener tanto temor a que los ciudadanos puedan obtener una información plural y libre. La libertad no puede restringirse en democracia y eliminar la libertad de prensa es un menoscabo de la libertad en sí misma.
Es momento de dar batalla al nacionalismo, de no abandonar ningún espacio de debate y de que la política gane a las construcciones artificiales, de una parte, y al cinismo, de otra.
El nacionalismo es una suerte de baja pasión que contamina todo lo que toca, por supuesto también deja tocadas de muerte las palabras y su significado. Por eso también hay que reivindicar las palabras como forma de derrotar al nacionalismo. La pervivencia de los vocablos va ligada a la supervivencia de lo que quieren decir, la mutación no es otra cosa que una modalidad de censura.
El patriotismo republicano o, modernamente patriotismo constitucional de Habermas, tiene como centro al ciudadano, que toma su condición por la participación en los asuntos públicos, en la vida comunitaria. El patriota, por tanto, tiene sentido racional y crítico, no articula pasiones en torno al territorio; su preocupación y su acción política son los ciudadanos, la convivencia. A partir del XIX la retórica patriótica republicana se transfiere al vocabulario político del nacionalismo. El significado de patriota adquiere la connotación de patriotero, ya no se refiere a un ciudadano vigilante y participativo, crítico con los problemas; el ser humano es entendido como miembro del pueblo, estado o nación.
Soy profundamente antinacionalista, porque soy un patriota en el sentido de los antiguos, ése también es uno de los cimientos del socialismo democrático. No existe línea fronteriza, ni espacio para la ambigüedad.
El nacionalismo, sea del ámbito que sea, es adversario del socialismo. En Cataluña dejamos de ser relevantes cuando renunciamos a defender nuestra idea de sociedad, es momento de enmendar errores.
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