JMJ

Viaje redondo

La Razón
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Escribo este comentario cuando Francisco está a punto de subir a la escalerilla del avión que le conducirá de vuelta a Roma. El rostro del Papa es una curiosa mezcla de cansancio y de satisfacción. Se ha entregado a su tarea sin límites, dándose por completo, sin ahorrarse ni un solo esfuerzo; ha sabido alternar los momentos de intensa oración, de gozoso contacto con los jóvenes, de recogimiento ante el monumento al horror y la crueldad humana que son los campos de Auschwitz-Birkenau con alegres improvisaciones, gestos de auténtica ternura, generosas invocaciones al «inolvidable Juan Pablo II».

La respuesta de los polacos por una parte y por otra la de los centenares de miles de jóvenes llegados a Cracovia para celebrar la Jornada Mundial de la Juventud ha estado a la altura de la entrega del Papa. Es difícil y arriesgado comparar un viaje papal con los anteriores o la última JMJ con las que la han precedido. Resulta claro, sin embargo, que las Jornadas han ganado extraordinariamente en densidad desde la primera que se celebró en Buenos Aires en 1987 (que consistió básicamente en una misa al aire libre al final de un viaje papal a Uruguay, Chile y Argentina). Los muchachos que han llegado hasta esta ciudad bañada por el Vístula venían ya con una cuidada preparación en sus respectivas diócesis y la han rematado aquí asistiendo a catequesis predicadas por numerosos obispos. Su presencia en todos los actos no sólo ha sido masiva sino ordenada de tal forma que no se ha registrado ni un solo incidente.

Sin tener que recurrir a intervenciones divinas resulta casi milagroso que en un contexto internacional dominado por la violencia terrorista la JMJ haya podido desarrollarse con absoluta normalidad. El gobierno polaco puede sentirse legítimamente orgulloso de haber podido eliminar todo riesgo de atentado. No han escatimado los medios ni el rigor de las restricciones impuestas; la única anomalía ha sido un tiempo caprichoso que nos ha regalado alguna de las tormentas más espectaculares que recuerdo; por fortuna ninguna de ellas impidió al Papa cumplir con su programa.