Martín Prieto

Vigilante de la condicional

Desde la eximia Concepción Arenal pesa sobre nuestras buenas conciencias la muy discutible máxima de «odia al delito y compadece al delincuente». El delito es execrable por asocial y hasta sociópata, pero la criminología ha dado suficientes ejemplos de delincuentes sobre los que no es posible depositar compasión alguna. Luego llegó la bienaventurada Victoria Kent, popularísima hasta en los cuplés, directora de Prisiones en la II República, tan atenta con los reclusos que dejaba abiertos los portones para que no sufrieran claustrofobia, siendo fulminantemente destituida por don Manuel Azaña. Esta empatía criminal, de bondadoso corazón, nos acompaña hasta hoy desde el equívoco constitucional de que la privación de libertad está condicionada a la reinserción social. Con nuestro Código Penal Jack el Destripador estaría entrando y saliendo de la cárcel con matemática periodicidad. La pena no se impone para reinsertar a nadie sino para resarcir los daños inferidos a la sociedad. La cárcel debe proveer que el reo se redima, pero esa siempre será una acción subsidiaria. Así la reinserción, que se debe procurar siempre que se pueda, es el palo en las ruedas de la prisión permanente renovable que ha dejado en el tintero Ruiz-Gallardón, que impera entre nuestros socios de la Unión Europea y es reclamada en España por la mayoría social. No es difícil identificar a los reincidentes en conductas abominables, incluso a los potenciales, y nuestro sistema legal contempla la libertad vigilada tras cumplir la pena. El cine americano nos tiene acostumbrados a la figura del vigilante de la condicional que tiene trato continuo con el liberto, y sabe dónde vive, si trabaja, qué pareja tiene, a qué bares acude y todas sus andanzas. La mera desconexión con su vigilante supone la vuelta a prisión. La psiquiatría y la estadística enseñan que la pederastia o ciertos violadores compulsivos carecen de reinserción posible y que hasta la voluntaria castración química es un placebo. El sexo está en el cerebro y hasta en los salones de eunucos que ha dado la Historia los capados disfrutaban de sus erecciones con las damas que debían vigilar. El ruido mediático por el presunto pedófilo recién detenido quedará en poca cosa porque de ser declarado culpable no estará ni diez años en la cárcel, de la que saldrá aún joven y con ansias atrasadas. Y seguiremos dándole a la rueca de la reinserción social de los que ni siquiera pueden reinsertarse.